La semana pasada se celebró una reunión de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en Maryland, Estados Unidos. La CPAC es un foro internacional que reúne a líderes y asociaciones de ultraderecha de todo el mundo. En años recientes, ha ganado un nuevo impulso y se ha convertido en un núcleo importante para la articulación de las derechas radicales.
Entre los oradores principales estuvieron el expresidente de Estados Unidos y futuro candidato presidencial republicano, Donald Trump; el presidente de El Salvador, Nayib Bukele; el mandatario de Argentina, Javier Milei; el líder de Vox, partido español de ultraderecha, Santiago Abascal, y otros personajes variopintos. El evento recibió poca atención en México, pues el fallido candidato presidencial, Eduardo Verástegui, fue de los pocos mexicanos presentes. Ahora bien, de entrada, se observan pocas conexiones entre los personajes mencionados: Trump es un ultranacionalista, xenófobo y racista, con una agenda proteccionista; Bukele es un hombre obsesionado con el bitcoin, con su política de seguridad de mano dura y con el poder de las redes sociales; Milei es un economista libertario, autodefinido como “anarcocapitalista”, y Abascal es un heredero del franquismo. Sin embargo, escuchando sus discursos, uno encuentra varias similitudes. Primero, todos ellos pintan un mundo decadente en términos económicos y morales. En su visión, cada vez hay menos empleos, menos prosperidad, menos oportunidades y, al mismo tiempo, la sociedad occidental ha perdido su brújula ética, ya sea por influencias extranjerizantes nocivas, por incluir a grupos que no merecían ser incluidos o por alejarse de los valores judeocristianos tradicionales. Segundo, de acuerdo con todos estos líderes, “la izquierda radical” es un enemigo formidable: algunos asocian a esta izquierda con la cultura Woke y la política identitaria; otros, con la supuesta infiltración comunista en los organismos internacionales; otros más, con el Estado de bienestar, con George Soros o con alguna combinación de las opciones anteriores. En suma, el enemigo izquierdista no siempre es del todo claro, sino que es algo amplio, etéreo, poco concreto, contra lo que se puede enfocar la furia y la inconformidad de la gente. En cualquier caso, la “izquierda radical” es una amenaza que debe combatirse con toda decisión y sin miramientos. Tercero, todos ellos tienen una retórica violenta, de revancha y reivindicación. Trump incluso declaró: “Su libertad será nuestra recompensa definitiva, y el éxito sin precedentes de los Estados Unidos de América será mi venganza última y absoluta. Eso es lo que quiero: el éxito será nuestra venganza”. Cuarto, el discurso de estos líderes tiende a la victimización y las teorías de la conspiración: todas las instituciones están en su contra; por aquí y por allá, hay confabulaciones para eliminarlos; de todas partes llegan enemigos invisibles para entorpecer sus planes y manchar sus victorias. Por último, todos ellos se erigen como representantes únicos e incuestionables de sus respectivos pueblos. Algunos de los rasgos que describí son comunes en todos los populismos (por eso, en varios puntos el lector encontrará vasos comunicantes con la narrativa de López Obrador). No obstante, hay otros rasgos que son específicos de las extremas derechas de hoy, que son un bicho distinto a las derechas del siglo XX.
Lo preocupante de la CPAC es que, a nuestros ojos, crece la articulación de las extremas derechas en el mundo. Con todo y su diversidad, esas extremas derechas se caracterizan por ser profundamente violentas, por tener un total desprecio por los derechos humanos, por confiar poco en las instituciones —esa es una gran diferencia con las antiguas derechas, obsesionadas con construir instituciones para impulsar su agenda— y por otras dos características que son muy peligrosas. Por un lado, esas extremas derechas están desplazando en la arena política a los partidos de centroderecha, los cuales, o bien pierden terreno frente a ellas, o bien se ven obligados a asumir sus posiciones, lo que termina por fortalecer a las derechas radicales y descomponer el ambiente político y la discusión pública. Por el otro, todas ellas han sido vehículos fundamentales para extender el fenómeno de la posverdad: los hechos pasan a segundo plano y las opiniones a primero, con lo que cualquier teoría de la conspiración (por disparatada que sea) tiene cabida y credibilidad entres sus seguidores. Por diversos motivos, la extrema derecha aún no irrumpe con fuerza en México. Entre ellos, destacan la fortaleza del PAN (como partido tradicional de centroderecha), el efecto de contención de López Obrador, que ha ocupado el espacio populista del espectro político, ha paliado el descontento de las clases populares y se ha apropiado de algunas agendas conservadoras, y otros tantos factores históricos. Sin embargo, no hay que bajar la guardia: las extremas derechas son cada día más dominantes en el mundo, en parte gracias a las redes sociales y la fase del capitalismo (ultraindividualista) en que vivimos. Además, como reflexiono en este ensayo que escribí junto con Luis Carlos Ugalde , si el siguiente gobierno (sea quien sea que lo encabece) no resuelve la enorme crisis de inseguridad y violencia, y si la desigualdad y la precariedad siguen creciendo, una opción de extrema derecha podría posicionarse en México. ______ Nota del editor: Jacques Coste (@jacquescoste94) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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