El Zócalo capitalino no fue todo de Claudia Sheinbaum. Detrás de ella estaba Palacio Nacional, a su izquierda el edificio sede del gobierno de la Ciudad de México, desde donde despachó los primeros años del primer sexenio morenista. El pasado y el presente se encontraron literalmente en la esquina. Y en el centro estaba ella, la protagonista, la primera mujer nombrada presidenta. Así, con “a” al final, como ella lo ha pedido en más de una ocasión. Se colocó al frente, vestida de blanco, sobre el templete. El día le sonrió. Lo que se pronosticaba como una tarde gris, normal para un día de otoño, no lo fue, incluso un tímido sol alcanzó a asomarse. Pero detrás de Claudia una sombra se erigió y ella misma fue quien la invocó. Las primeras líneas de su discurso en el Zócalo se las dedicó a él: al ahora expresidente López Obrador. Horas antes hizo lo mismo en el Congreso. Colocó el nombre de Andrés Manuel en las primeras palabras públicas pronunciadas en su discurso ya como presidenta. Por la mañana aún se refirió a López Obrador como “presidente”, en un acto que corrigió prácticamente al instante. Ya para la tarde eso no fue necesario. Los gritos de “presidenta, presidenta” podían recordarle que ahora era ella la que estaba al frente. Pero el resto no olvidaba, no tan rápido. Apenas suena un fragmento de “Las golondrinas” cuando una señora exclama: “¡Esaaa nooo!”. Está en el Zócalo capitalino, en el primer encuentro de Claudia Sheinbaum con el pueblo, pero ella vive el evento como una despedida. “Yo sí estoy triste porque AMLO se va”, dice. Tiene 69 años y se llama Delfina Sánchez. Viajó desde Morelos para escuchar a la primera presidenta de México, pero una cara larga y la sonrisa a medias la delatan. Se alegra del triunfo de Sheinbaum; la entristece, sin embargo, la salida del exmandatario. “Ni Lázaro Cárdenas llegó a ser tan grande como él”, afirma.

Por momentos, lo que fue planeado como una verbena popular se siente como una fiesta a medias, a medias alegre, bajo un cielo medio nublado, que amenaza, pero que no se anima a llover. Hay música, gritos de apoyo y algunas lágrimas. La misma dinámica de hace seis años, cuando López Obrador hizo un evento similar el 1 de diciembre de 2018. Como él, Sheinbaum también recibió el bastón de mando por parte de 70 pueblos originarios y afromexicanos, aunque esta vez, por primera vez, fue de manos de una mujer indígena. “Eres la esperanza de nosotras las mujeres, hoy las mujeres indígenas estamos de fiesta (…). Claudia que los elementos sagrados te acompañen”, le dijo una de ellas con una voz entrecortada. Sheinbaum portaba un collar de flores blancas. Quienes la acompañaban en el templete levantaban los brazos hacia el este, oeste, al norte y sur, en ese orden, para pedir que la presidenta “gobierne con amor y compromiso”. El resto de los asistentes, por debajo del escenario, también lo hicieron. Por minutos el Zócalo se convirtió en una imagen de brazos abiertos. De ese tipo de simbolismos estuvo lleno el primer día: recibió la banda presidencial de la mano, ya frágil, de Ifigenia Martínez; vistió un vestido diseñado por una mujer oaxaqueña, en el Congreso la recibió una comitiva formada solo por mujeres. “No llego sola, llegamos todas”, dijo en más de una ocasión. Pero no todos la conocen. O no aún. Leonardo tiene seis años, llegó hace cuatro días de Guerrero a la Ciudad de México después de que el huracán John destruyera la casa en la que habitaba con su hermano, su hermana y sus padres en la zona Diamante de Acapulco. Leonardo dice que no sabe quién es Claudia Sheinbaum, pero agita con entusiasmo una bandera con su nombre. Cuando se le pregunta por Andrés Manuel López Obrador la respuesta es distinta. “Ese el señor que vive en el castillo”, dice mientras señala con el dedo al Palacio Nacional, ese que desde ahora habitará Sheinbaum y al que Leonardo vio ayer en vivo por primera vez. Él ha nacido casi a la par que el sexenio obradorista. Quizá aún no lo entiende, pero su hermana lo corrige y le dice que el día es importante porque ahora en México hay una mujer presidenta.

La escuela de López Obrador

Sheinbaum también pronunció un discurso con 100 compromisos, algunos de ellos son las mismas promesas de López Obrador, como resolver el caso Ayotzinapa –al que situó en el punto nueve– y someterse a consulta de revocación de mandato. Igual que el expresidente, promete no fallarle a la ciudadanía que votó por ella, no mentir ni robar. La escuela de López Obrador se nota en sus palabras. Pese a las similitudes, aquellos que simpatizaron con López Obrador hasta el último instante se dicen tristes y homenajean al tabasqueño antes de que aparezca en escena Claudia Sheinbaum. “Me da tristeza que tanta gente fue tan malagradecida con AMLO. No se lo merecía, luchó muchísimo. Si no logró acabar la inseguridad, era porque ya estaba como un cáncer”, agrega Delfina. La misma presidenta hizo un homenaje a López Obrador todo el día. “Es el mejor presidente que ha tenido nuestro país”, ha repetido ante un Zócalo abarrotado. Los asistentes hacen eco. Por momentos la memoria traiciona y el grito, que ya pasará a la historia como un clásico, se escucha por varios rincones. “Es un honor estar con Obrador”, se cuela por momentos entre los asistentes. Decenas de personas han sido acarreadas. Las viejas prácticas no se acaban. Algunos intentan apartar lugar en la Plaza de la Constitución. Han arribado con sándwiches, refrescos y banderas que trazan un mapa de dónde son: Hidalgo, Estado de México, el Partido Verde o trabajadores de la extinta Luz y Fuerza del Centro. La gente dedica carteles a López Obrador: “¡Gracias! Te llevas el corazón de 36 millones de mexicanos”. Se venden sus retratos, enmarcados, a 1,500 pesos, también los ya conocidos peluches del expresidente. Los souvenirs de Sheinbaum aún son escasos. Uno de los comerciantes dice que la proporción es de tres a uno. La mayoría, por supuesto, del ahora ex presidente.

La esperanza de un mejor futuro

Por eso, la señora Delfina llora cuando escucha que la Orquesta Monumental de Pilares entona una breve parte de “Las Golondrinas”, que mezcla con “Cielito lindo”. Sara, de 70 años, también se siente triste por el sexenio que termina, pero dice que, a la vez, está emocionada porque una mujer gobernará el país. “No lo había imaginado, pero se dio y, de aquí en adelante, vamos a tener más presidentas mujeres”, confía. Así que cuando Sheinbaum sale de Palacio Nacional a emitir su mensaje en el Zócalo, Sara estalla en júbilo, porras y aplausos. “Después de muchos años de lucha que todas hemos dado”, agrega. Al otro lado del Zócalo, en donde apenas se escucha la orquesta, una mujer se queja porque dice que le han pedido llegar desde las ocho de la mañana a ocupar un lugar a pocos metros del asta bandera. Cuenta que no le dieron opción, que atiende un puesto en una de las calles principales del Centro Histórico, que para conservarlo tenía que estar ahí y que ella no votó por Claudia Sheinbaum y que tampoco cree en el obradorismo, que ella solo notó un incremento en la inseguridad, un tema que la presidenta ha dejado hasta el punto 100 y al que le ha dedicado apenas unas palabras. La presidenta ha retomado el camino de su antecesor, celebra la reforma al Poder Judicial y deja al final, en el compromiso número 100, la seguridad del país. Apoya la consolidación de la Guardia Nacional y afirma que creará un sistema nacional de inteligencia. “La comandanta suprema de la Fuerzas Armadas es una civil y es mujer, y nunca vamos a dar una orden para reprimir al pueblo de México”, subraya, pero no menciona más de la seguridad pública a manos del Ejército. Aquí aparecen otros ojos tristes. Los de personas que no ven un cambio en la primera presidenta. “Qué sensación amarga”, menciona Adriana Torres, 38 años, originaria de Puebla. A unos metros Angélica y su hija no dejan de abrazarse, por momentos se pegan de mejilla a mejilla. Ambas dicen que fue un buen día, que Sheinbaum “trae ganas”, que a ellas nadie las forzó a ir y que no imaginaron ver algún día a una mujer llegar a la presidencia. Angélica tiene 52 años, Pamela, su hija, tiene 26 y está embarazada. Tendrá una niña. Pamela dice que ha votado por la morenista porque quiere un mejor futuro para su hija y que cree que una presidenta se lo puede dar. Aunque Sheinbaum ha evitado a toda costa tocar el tema de los desaparecidos en su discurso. Pese a ello la respuesta de Pamela se repite en varias ocasiones entre las mujeres que están en el Zócalo, muchas de ellas con hijos en brazos, amamantando en medio de una plaza pública –algo que hasta hace unos años podía haber sido duramente criticado– o abrazadas. Pero es verdad que Sheinbaum ha llegado a gobernar un país donde algunos hombres se niegan a romper con los arquetipos. Un grupo de 10 juega en medio de la plaza del Zócalo a una especie de matatena, cinco de ellos están cerca de un tablero con monedas tiradas a modo de apuesta. Han hecho de la plaza otro escenario. Ellos no escuchan los 100 puntos, hablan en alto, gritan y echan rabietas cuando pierden y cuando uno de los petardos echados al aire revienta muy cerca de sus oídos. A ellos no les importa que una mujer ahora sea quien les gobierne. Están ahí porque les han mandado a vigilar a las y los comerciantes que han llevado de acarreados y ese juego en modo de apuesta es solo una especie de señal para que las y los vendedores sepan que están ahí, cuenta María, una de las asistentes y quien ha pedido cambiar su nombre para este texto. María estudió comunicación y una maestría en educación. Pero dice que nunca ha podido encontrar un empleo en un medio de comunicación o como profesora y que espera que ahora, en el nuevo sexenio, con una mujer en el centro, pueda dejar el puesto de jeans que atiende a unas cuadras de la plaza. López Obrador y Claudia Sheinbaum gobernaron de cerca durante el último sexenio, separados geográficamente solo por una esquina. El fundador de Morena ha prometido que dejará la política, que lo suyo ha hecho sentar las bases. Que no quiere ser una sombra, pero eso parece inevitable. La promesa de continuidad es en gran parte la responsable del triunfo que llevó a Sheinbaum a la presidencia. Han caminado juntos –en la vía política– en los últimos 30 años, Andrés Manuel ya no estuvo ayer físicamente levantando la mano de Sheinbaum en el Zócalo. Siempre detrás de sus actos estará la duda –propia del machismo– de si será o no un acto legítimo de Sheinbaum o si lo es del obradorismo. Pero ayer miles de personas ya le aplaudieron a Sheinbaum y pasaron de la clásica “¡Es un honor estar con Obrador!” a la nueva consigna “¡Es un honor estar con Claudia hoy!”.

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