El 1 de septiembre de 2024, en el que fue su último informe de gobierno, Andrés Manuel López Obrador proclamó con pompa y circunstancia que el sistema de Salud Pública mexicano, en su versión del IMSS Bienestar, “ya es el más eficaz en el mundo (…) ya es mejor que el de Dinamarca”. No contento con ello, al día siguiente admitió que había mentido. Su justificación fue tan alarmante como la mentira misma: «No, no, no, no. (Fue) para hacerlos enojar, como se le llama en el periodismo, para que hubiera miga, para que tuvieran algo que decir». La manipulación no solo se queda en la narrativa del sistema de salud, sino que también alcanzó la burlesca votación a mano alzada sobre la reforma al Poder Judicial que organizó en pleno Zócalo. ¿La razón? Darles a los medios «la nota».
Estamos ante un presidente saliente que, con actitudes pueriles, se jacta de haber logrado una reciente victoria electoral para su partido, Morena, y que, sin disimulo alguno, exhibe su capacidad para manipular a la opinión pública y a los medios informativos. En un país donde el periodismo ha sido instrumentalizado y vulnerado, López Obrador ha convertido su confrontación con los medios en una rutina diaria, utilizando su plataforma para difundir desinformación, posverdad y propaganda. Esta dinámica no es nueva, pero lo que resulta particularmente inquietante es la descarada confesión del mandatario sobre cómo ha jugado deliberadamente con la verdad y cómo ha utilizado a los medios como peones en su juego político. Según el investigador Alejandro Monsiváis Díaz-Carrillo, en su análisis publicado en 2021 en el Prontuario de la Democracia de la UNAM , “el populismo es un discurso en el que se expresa una concepción maniquea del mundo. En este discurso, la política se concibe como una lucha permanente entre el bien y el mal, en esta lucha, una noción homogénea y unificada del “pueblo” representa la virtud y el bien, mientras que las élites representan el vicio y la corrupción». López Obrador ha sido un maestro en este tipo de discurso, dividiendo al país entre los «buenos» que apoyan la Cuarta Transformación y los «malos» que, según él, buscan frenarla. El reto para los medios periodísticos mexicanos es monumental. Durante los últimos seis años, han sido blanco de ataques constantes desde el Palacio Nacional, etiquetados como «adversarios» simplemente por hacer su trabajo: informar con veracidad. La salida de López Obrador, quien ha prometido retirarse «a La Chingada», su rancho en Palenque, Chiapas, no necesariamente marcará el fin de esta estrategia de manipulación. Su sucesora, Claudia Sheinbaum, parece destinada a continuar con una narrativa similar. Aunque carece del carisma de su predecesor, ha demostrado una notable irritabilidad cuando se le cuestiona, lo que podría ofrecer una oportunidad para que los medios ejerzan su papel con mayor firmeza.
Es tiempo de que los medios masivos tomen la iniciativa y lideren una cruzada contra la desinformación. Es imperativo hacer una distinción clara entre la información objetiva y las narrativas que buscan manipular las emociones, especialmente en un país donde el resentimiento social ha sido utilizado como una herramienta política. En una nación al borde de quedarse sin contrapesos efectivos, los periodistas deben estar más vigilantes que nunca, dispuestos a confrontar y desenmascarar las estrategias de manipulación que han caracterizado la administración saliente. La capacidad de los medios para resistir la tentación de caer en el juego maniqueo que ha dominado la narrativa política reciente será fundamental para mantener la integridad de la democracia en México. El legado de López Obrador podría ser un recordatorio constante de los peligros de la desinformación, pero también podría ser el catalizador para un renacimiento del periodismo comprometido con la verdad . ____ Nota del editor: Carlos A. Ibarra es periodista e integrante del Observatorio de Medios Digitales del Tecnológico de Monterrey, profesor de cátedra en dicha institución y consultor en Comunicación estratégica y Relaciones Públicas.
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