La definición de las candidaturas para las próximas elecciones ha vuelto a demostrar que en todos los partidos, en todos , hay una cuota de “impresentables”. ¿A qué me refiero? A personajes con pésima reputación, con muy mal desempeño en sus cargos anteriores o que se han visto involucrados en grandes escándalos; a figuras que no tienen ninguna trayectoria propia y solo están ahí por ser parientes de alguien, que han cambiado de partido como quien cambia de ropa interior, que hoy militan muy convencidos en causas o grupos que antes despreciaban con idéntica convicción… En fin, el catálogo es amplio y la categoría bastante, digamos, inclusiva.

No me interesa identificarlos, me ahorro nombres y apellidos porque la prensa ya los ha señalado ampliamente (por ejemplo, acá ). Además, no quisiera personalizar el argumento: el fenómeno no se circunscribe a unos cuantos individuos, es estructural. Lo que me importa, en todo caso, es otra cosa: advertir, por un lado, lo que significa en términos de circulación de élites y, por el otro, destacar una diferencia entre la candidata opositora y la oficialista en cuanto a los impresentables de sus respectivas coaliciones. Sobre lo primero, la presencia de tantas figuras impresentables en todas las listas para el Congreso es una señal de que las dirigencias partidistas tienen demasiado poder, de que ni por dentro ni por fuera de los partidos existen mecanismos efectivos que les impidan usar ese poder de manera sectaria, como un patrimonio de su facción que parten y reparten discrecionalmente, sin tener que rendirle cuentas a la militancia, a los órganos del partido ni al electorado. Por dentro, porque no hay una genuina institucionalidad partidista que regule ni ordene el conflicto interno, que encauce la distribución de candidaturas de un modo que le represente un verdadero límite al grupo dirigente, ya sea mediante elecciones primarias o convenciones que encaucen democráticamente la competencia. Y por fuera, porque el sistema de listas cerradas para los plurinominales no le permite al electorado escoger a quién elige mediante ese método. Y no, no tiene por qué ser así: hay sistemas de representación proporcional con listas abiertas en varios países (tres ejemplos: Finlandia, Brasil y Japón), donde los votantes tienen la posibilidad de votar explícitamente por los candidatos de su preferencia entre los que aparecen en las listas de los partidos. Sobre lo segundo, aunque en todos los partidos hay impresentables, también es cierto que entre Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum hay una diferencia significativa al respecto. Gálvez ha tratado de pintar su raya, ha declarado que ella no tiene nada que ver con la selección de las candidaturas e incluso ha procurado su distancia (en la medida de lo posible) con los impresentables dirigentes de los partidos que la postulan. Sheinbaum, en cambio, ha optado por cerrar filas muy decididamente con los impresentables de su coalición (empezando por los del Partido Verde y el Partido del Trabajo, pasando por los de Morena, terminando con las ruinas de Encuentro Social y Nueva Alianza) sin ningún tipo de recato ni disimulo. La diferencia no es menor, constituye una posición frente al descrédito, la impunidad, el abuso, la pequeñez y el agandalle de la clase política mexicana: Xóchitl no oculta su incomodidad, Claudia está cómoda. ____ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg

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