Estadios nuevos y hospitalidad: la ciudad iraquí de Basora acoge desde este viernes la Copa del Golfo de fútbol, que reúne a ocho países de la región. Todo un reto para un país martirizado por los conflictos y la corrupción.

A unas horas del primer partido, en el que los anfitriones iraquíes se enfrentan a Omán, más de 10.000 aficionados extranjeros se habían desplazado hasta la gran ciudad del sur de Irak, según una fuente de la administración regional.

Donde se mezclan el Tigris y el Eufrates

En el paseo a orillas del Chatt Al Arab, donde se mezclan el Tigris y el Eufrates, las banderas de Arabia Saudita o de Catar ondean con la brisa, perfumada por los vapores de los narguiles de los clientes de los cafés.

«En el restaurante, no nos dejan pagar y la gente nos invita a su casa», se sorprende Omar Badr (22 años), procedente del vecino Kuwait.

Por primera vez

Omán, Arabia Saudita, Catar, Emiratos Árabes Unidos, Yemen, Baréin y Kuwait acuden a la cita. Es la primera vez desde 1979 que Irak organiza una edición de la Copa del Golfo.

Después de la llegada al poder de Saddam Hussein ese año se produjo la guerra contra Irán (1980-1988, luego la invasión de Kuwait por parte de Irak y la Guerra del Golfo (1990-1991), más tarde la invasión liderada por Estados Unidos (2003) y finalmente el fratricida conflicto entre confesiones (2006-2008).

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Irak debía organizar una edición del torneo en 2014, pero finalmente la competición se deslocalizó a Arabia Saudita por motivos de seguridad. En aquella época el grupo yihadista Estado Islámico (EI) ocupaba una parte del territorio iraquí en el que estaba Mosul, gran ciudad del norte.

«La  Copa ha regresado»

Hoy, Irak acaba de celebrar los cinco años de su «victoria» militar sobre el Estado Islámico y, pese a ataques yihadistas esporádicos contra el Ejército y la policía en el norte, el país parece encontrarse en una fase de estabilidad.

Hasta la final de la Copa del Golfo el 19 de enero, Basora y todo Irak confían en tener un respiro y poder acoger a sus vecinos sin incidentes, especialmente a Kuwait, al que invadió precisamente desde la provincia de Basora, antes de ser despojado del territorio recién anexionado por una coalición internacional en 1991.

Mohammed Al Azemi

Tres décadas más tarde, Mohammed Al Azemi, un hincha kuwaití de 39 años, ve «la relación fraternal entre los kuwaitiíes y sus hermanos iraquíes regresar al buen camino», destacando la existencia de «lazos sociales y familiares» entre ambos países.

«Alabado sea Dios, la Copa del Golfo ha regresado. Esperamos que termine exitosamente», deseaba Louay Mansour, un enfermero iraquí originario de Basora.

Los organizadores se han esforzado para contar con infraestructuras de gran nivel, que hagan olvidar la prohibición de organizar partidos internacionales que pesó sobre Irak durante numerosos años debido a su inestabilidad y a los conflictos.

Repercusión económica

Basora cuenta hoy con dos estadios: el Estadio Internacional inaugurado en 2013 para 65.000 espectadores y Al Mina, que dispone de una capacidad para 30.000 personas y que fue inaugurado dos semanas antes del torneo.

La ciudad también se ha sometido a un lavado de cara. Se han renovado sus principales avenidas, se han construido hoteles y numerosas calles se han mejorado. En total, el gobierno iraquí dedicó 33 millones de dólares a la Federación Iraquí de Fútbol para la organización del evento.

Lo que espera un taxista

Mohamed Abdelaziz, un taxista del lugar, espera que haya «un impacto económico positivo y que sea una oportunidad para generar empleo».

En la región de Basora, si bien sigue siendo riquísima en petróleo, la situación social es para muchos precaria y los efectos del cambio climático se dejan sentir de manera devastadora. El paro en la zona es muy elevado y los servicios públicos (electricidad o agua potable, entre otros) son deficientes.

Como por todo Irak, la corrupción es otro mal omnipresente.

«Los gastos para los preparativos (de la Copa del Golfo) son sorprendentes. Lo que necesitamos son alojamientos y mejores servicios públicos», señala Mohamed Abdelaziz.