Hoy termina este sexenio, por demás controversial y polémico, que pensamos que nunca terminaría. Estos seis años han sido de ataques entre unos y otros. Entre la 4T y sus críticos. Entre AMLOfílicos y AMLOfóbicos. Entre catastrofistas y mesiánicos.
No podemos negar que mucha de la crítica fue alimentada por la enraizada cultura de clasismo y discriminación que nos caracteriza. Fue el primer presidente externo a las élites tradicionales, aunque no por eso ajeno a la formación de sus propias élites, como lo estamos viendo. Para los críticos, como buena parte de la comentocracia, la oposición y varios en el empresariado, todo lo malo que hoy pasa en México es culpa de AMLO. Pareciera que antes todo era perfecto, y a partir de julio de 2018 todo se empezó a deshacer. Para AMLO y sus seguidores, todos los problemas del país se dieron antes de 2018. Y con su llegada, el país mágicamente cambió para bien, aunque los datos duros digan otra historia. A un día de la toma de posesión de la primera mujer presidenta de México, todos esos críticos siguen instalados en la cegazón hacia los errores propios que, desde mucho tiempo antes de 2018, traían al país en caída libre. Desde su visión, pareciera que López Obrador tuvo el poder infinito de destrozar todo lo que estaba sólido y firme. Sin reparar en que, los 18 años previos a su llegada, los gobiernos anteriores tuvieron embates importantes a las instituciones que construimos los últimos 20 años del siglo pasado. En los críticos no se ha visto una sola señal de autocrítica ni reflexión. Solo señalamientos y culpas. Por ejemplo, desde la campaña acusaron a la hoy presidenta electa de ser impuesta por un hombre. Nunca cuestionaron que la candidata opositora fuera impuesta por tres patriarcas, más el presidente. Desde los acólitos autómatas de la 4T, tampoco hay una sola señal de, al menos, análisis sobre las acciones y decisiones del actual gobierno. Lo vimos en el thriller que resultó ser la reforma judicial hace unas semanas. Lo que diga el líder está bien, sea correcto o no. Claro que López Obrador ha sido el peor presidente de la historia reciente, por muchas cosas. Pero llevamos viendo este patrón desde, al menos, el año 2000. Cada presidente peor que el anterior. Debilitamiento y corrosión del sistema democrático, de partidos y político; así como institucional. Algo que debemos reconocer es que AMLO al menos sí visibilizó el tan temido discurso social. La visibilización de los rezagados. Dio voz a quienes durante décadas fueron silenciados con simplemente no voltear a verlos. Claro, aprovechó esta situación para mal. Pero los trajo a la luz pública, y eso es algo que no debemos perder. Durante estos seis años fue constante en su discurso hacia ellos. Los críticos, para variar, se mantuvieron al margen, como lo hicieron antes. Claudia Sheinbaum hereda este entorno de contrastes. Posturas radicales sin posibilidad de puntos medios. Coraje y división. Un mundo lleno de ver la paja en el ojo ajeno, y evitar la viga en el propio. De ambos lados. Si bien ha sido discípula y acólita del presidente, debemos reconocer en ella una historia e ideas propias. Se formó en ámbitos muy distintos a los de AMLO. En verdaderos grupos sociales de protesta, a diferencia de estar solo en grupos rijosos de choque. Ella sí creció rodeada de personas con ideales de izquierda, que vivieron los movimientos sociales de los años 60 y 70. AMLO sólo estuvo cercano a los grupos violentos, y se acercó a la izquierda, convenientemente, cuando empezó a buscar un camino para su ascenso personal. No es una persona inexperta. Es estudiada. Es viajada. Vivió en el extranjero. Entiende mejor al mundo. Ha dejado claro que, si bien comparten ideales, tiene estilo y visiones propias. Más progresistas. Esperemos que los mantenga. A partir de mañana, la presidenta enfrenta su hora de la verdad. No podrá romper con su mecenas, ni de manera inmediata ni totalmente. Pero para hacerse un nombre y camino propios, tampoco podrá quedarse eternamente como la discípula fiel al líder. Veamos si es capaz, y tiene la intención, de darle vuelta a la hoja. De trazar su propio camino, con visión propia de país. Ojalá que entienda que lo que menos le conviene a su sexenio es mantenerse en la polarización y en la cerrazón al diálogo. Hasta ahora, parece haber esperanza. En cuanto a la oposición y los críticos, también mañana es un parteaguas. ¿Toda esta bilis seguirá instalada en culpar al presidente saliente de todo? ¿Qué dirán cuando ya tome la silla la presidenta? ¿Habrá capacidad de entender que la realidad social de México nos rebasó a todos, y que los llevó a su punto más bajo?
Los críticos deben hacer una urgente pausa. Deben limpiar sus fobias personales. Deben empezar a entender al país. Y, sobre todo, deben reconocer los errores que por tantos años han cometido, por acción y por omisión. Han criticado al presidente por siempre culpar al pasado, y han repetido lo mismo estos seis años criticándolo a él de todo. Tal vez porque muchos de ellos formaron parte activa de ese pasado. Pero hoy, deben ver más allá de sus enojos. Deben ver por el país. Veamos si, en lo que a los críticos les toca, también son capaces de darle vuelta a la página. Seguramente lo exigirán de la presidenta. Esperemos que ellos también lo puedan, y quieran, hacer. De todos nosotros depende lo que suceda con México hacia el futuro. Y estos siguientes seis años serán determinantes. O nos salimos de nuestras burbujas y le bajamos a la visceralidad para empezar a escuchar y reconocer al otro, o la historia seguirá confirmando que estamos condenados a la eterna mediocridad. ____ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.
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