A primera vista es una calle normal del sur de la Ciudad de México. Un condominio ubicado en Cuitláhuac, en la colonia tlalpense de Toriello Guerra. A los lados no hay más que viviendas, una cafetería en la esquina, un consultorio médico y banquetas flanqueadas por árboles altos y frondosos, pero también por camionetas tipo Suburban, vagonetas y los primeros periodistas y simpatizantes a la espera de la llegada de un vecino más a partir de hoy: el expresidente Andrés Manuel López Obrador. “¡Gracias!”, es el título que se ve en la portada del último libro del tabasqueño, y que portan varios de sus seguidores con la esperanza de conseguir un autógrafo. Uno de los seguidores del expresidente no se despega el libro del brazo y corre apresurado hacia el portón marcado con el número 90. “Es el mismo viejito de ayer, terminó empapado”, lo señala con el dedo otro de los asistentes, refiriéndose a que en la tarde anterior, ese mismo ciudadano intentó en vano que el todavía presidente le firmara su ejemplar.
Se trata de tener «paciencia» La lluvia cae y comienza el desencanto
Otro más relata cómo consiguió grabar la mañana del 1 de octubre, la salida de la presidenta Claudia Sheinbaum rumbo a San Lázaro. Su casa está ubicada a menos de una cuadra de distancia que la de López Obrador. “Me puse así, en medio de la calle, y tuve el coche así, mira”, relata mientras estira su brazo para ilustrar la distancia a la que quedó de ella. Son cerca de las 12:30 horas y México ya tiene nueva presidenta. A la casa en Tlalpan del expresidente llega también una profesora de la Facultad de Economía de la UNAM, va acompañada de sus dos pequeños hijos. La catedrática es vecina del centro de Tlalpan y hasta hace muy poco se enteró de que López Obrador era prácticamente su vecino. Y aunque no se considera “amlover” y “está de acuerdo con algunas cosas y con otras no”, quiso venir a saludar al expresidente. Un niño y su madre se acercan, toman una manta que reza: “Hasta siempre, presidente”, con la figura caricaturizada del político tabasqueño que salió de las filas del PRI y que nombró a su gobierno como el inicio de la Cuarta Transformación de México. “Lloro porque se nos va el mejor presidente, el que nos hizo creer que sí podemos cambiar”, dice una madre. Su hijo -apenas un niño- trata de contener las lágrimas y aprieta los dientes mientras sujeta la manta. El fervor es palpable. Mientras la gente espera, un vecino pasa por la acera en pijama y somnoliento se detiene un momento, suelta una risita para sí mismo, se lleva la mano al cabello despeinado y dice “ja, y pensar que es mi vecino”. Luego observa el portón donde la gente espera y sigue su camino. Poco después entra un Jetta blanco y la gente se aproxima emocionada, “no, no es, no viene nadie atrás”, se escucha decir a una mujer, quién luego le grita al portero del condominio: “Nos avisan cuando llegue nuestro presidente”, así, como si Andrés Manuel siguiera al mando. La espera se prolonga, son las 14 horas. Algunos ya se quieren o deben irse, pero no el niño que llevó su manta. Su madre le promete que van a regresar, que ya les avisaron que están en el Zócalo. Y si no, le sigue prometiendo, “otro día nos traemos nuestra silla, nuestros sándwiches y lo esperamos hasta que salga”. Luego se van y avisan a otros simpatizantes que no tardarán. Unas motocicletas con pilotos armados con cámaras arriban al lugar. Comienza el bullicio de peatones expectantes, seguidores de López Obrador, algunos autos que musicalizan el ambiente con su pitido triunfante y, al mismo tiempo, de despedida pasan animando a los que esperan. “Ahí viene ya”, crece la expectación. Pero nadie aparece. El último acto público del tabasqueño se llevó a cabo en el Congreso de la Unión, donde su misión terminó al delegar el poder, el bastón de mando, a la primera mujer presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo. Una comisión en el Congreso acompañó a López Obrador a la salida del recinto legislativo, para darle fin a la carrera del presidente más popular en la historia política del México del siglo XXI, y desde entonces salió del foco de las cámaras. Después, presuntamente se dirigiría a su residencia civil, dejando en Palacio Nacional un cuadro donde se le observa sonriente, junto a un balcón del recinto, con una ventana abierta que deja ver a una multitud expectante en el zócalo. Es un día nublado en la colonia Torellio Guerra, y en la calle de Cuitláhuac algunos árboles ya dan muestras de que un otoño inicia. Las nubes amenazan con dejar caer la lluvia pero la mayoría de los que esperan lo hacen incólumes. Sobre todo Alejandro. Él vino desde Ecatepec, con el mismo libro de “¡Gracias!” bajo el brazo. Tiene 40 años y hace ya más de dos décadas que comenzó a seguir a López Obrador. Su madre se dedica a la política desde entonces y mientras ella sigue a Sheinbaum en el Zócalo, Alejandro espera la llegada del expresidente. “Por mi madre me enteré que iba a estar dos días más aquí”, en la casa de Tlalpan, dice, luego “ya se va para su rancho”, ese rancho que López Obrador quiso nombrar como “La Chingada”. El padre de Alejandro falleció hace cuatro años y era obradorista. “Ahorita (mi padre) estaría bien feliz”, dice apretando su ejemplar contra su costado, “traigo el sentimiento”, dice con los ojos húmedos en dirección a la esquina por donde se supone llegará el tan esperado Jetta blanco del expresidente. Son casi las 16 horas, el sol ya salió y se volvió a ocultar. La madre y su hijo volvieron tal como prometieron, a prolongar la espera. La profesora de economía se fue ya a su casa. “Ya es hora”, dice. En la mañana no pudieron verlo, la multitud los aplastó como “chilaquiles”, dramatiza su hija. Pero no pueden esperar más. El viento comienza a soplar y las nubes nuevamente cubren el cielo. Alejandro ya tiene hambre y muere de ganas de ir al baño. Pero “hay que aguantar” dice. Y lo mismo opina de la política. “Es de mucha paciencia”, dice el originario del Edomex, vestido con una playera negra estampada con una imagen de López Obrador. “Paciencia”, precisamente, el tabasqueño nunca perdió la paciencia, perdió dos elecciones y, a la tercera, se hizo con las riendas del Poder Ejecutivo. Y ahora la gente lo espera en su casa de Tlalpan sin saber si realmente llegará en su primer día libre. “Dicen que ya vendió aquí (su casa)”, “dicen que es buen vecino, que le puso cámaras al condominio”, “a veces veían a Beatriz (su esposa), andaba ella por aquí”, “va a estar dos días más y se va”, son algunos de los rumores que se escuchan entre los simpatizantes sobre el futuro de López Obrador y su residencia en la Ciudad de México. Pero no llega. Una de sus seguidoras tuvo que irse y dejó una cartulina con unas flores a la entrada del condominio: ¡Gracias por siempre, presidente! Dice su mensaje ilustrado con corazones pintados con plumón negro. Otros, más pacientes, pero con hambre, ingresan a la cafetería de la esquina a tomar sus alimentos, dejando, eso sí, a una persona de guardia fuera del establecimiento, por si llega. La encargada de atender a la clientela dice, sin embargo, que nunca lo ha visto por ahí, que no ha ido a comer, ni a tomar un café a su negocio. “A su esposa sí”, a ella sí la ha visto, dice refiriéndose a Beatriz Gutiérrez Müller, “cuando iba al parque que está aquí cerca”, pero a él no. Y parece que hoy tampoco lo verá. Son cerca de las 17 horas y una llovizna obliga a la gente a buscar refugio bajo las marquesinas o apretándose entre quienes llevan un paraguas. En el Zócalo, Claudia Sheinbaum ya recibió el bastón de mando, en medio de incienso y algarabía. Algunos, desde aquí, siguen la transmisión en vivo desde sus teléfonos. De pronto, una Suburban blanca llega al domicilio y se detiene un instante. De inmediato la gente se acerca con la arenga: Es un honor, estar con Obrador, pero el vehículo reemprende su camino. “Nos emocionaron”, dice una mujer y suelta una carcajada. Falsa alarma. La noche cae, son más de las 18 horas y en una de las esquinas ya terminó de poner su puesto una señora que vende esquites y elotes. Allí van algunas personas y reporteros, para guarecerse del frío viento. Mientras tanto, el portón del condominio ubicado en la calle de Cuitláhuac 90, en la colonia Toriello Guerra de la alcaldía de Tlalpan, se cierra dejando que allá afuera la historia siga su curso. Dentro se quedará, al menos por unos días, el presidente más popular de la historia moderna de México, dispuesto, según prometió, a vivir una vida privada. De ahora en adelante, el expresidente vivirá básicamente en un claustro, presuntamente lejos de todo acto público. Dedicará sus siguientes días a escribir por lo menos un libro sobre el pensamiento conservador de México. Algo que le tomará unos cuatro años, estimó, por requerir mucha investigación.
]]>
Comentarios recientes