Las discusiones públicas más presentes en la actualidad son sobre la incertidumbre que están generando los gobiernos en turno. Lo mismo en Estados Unidos que en Europa, en México o en América Latina.
La exigencia más común de los críticos de los actuales gobiernos es que es imperante regresar a las condiciones que se vivieron antes de la llegada de la ola de populismos y radicalismos actuales, buscando con nostalgia un pasado que ya no existe desde hace un buen rato. Mientras más pronto entendamos que el mundo cambió, y que ya no regresaremos en un muy buen rato a las condiciones que vivimos en los gloriosos 90, y una primera parte de los 2000, más pronto empezaremos a dilucidar cómo actuar en los tiempos actuales. Las tendencias políticas actuales a nivel mundial evidencian un movimiento importante del péndulo que no se volverá a equilibrar pronto. Estos populismos están capitalizando sentimientos muy enraizados de las sociedades, generando una forma distinta de hacer política. Los principios y preceptos bajo los que hemos funcionado ya no aplican. Y eso impacta directamente en las dinámicas tanto políticas, como sociales y económicas. La “ideología” hoy es irrelevante. Sean de izquierda o de derecha, los resultados son los mismos: incertidumbre y polarización. La política que hoy parece ser común en la mayoría de los populismos es simplemente la de sostener enardecida a una amplia base social, con objetivos electoreros más que de soluciones a los problemas estructurales de esa base social. Ya no se trata de buscar una visión de país, o liderazgos estadistas. Sino de mantener y crecer una base electoral, a cambio de un discurso de aparente corte social que reivindique sus rencores. Los populistas han reemplazado a los estadistas. En este contexto, cambian las prioridades de quienes detentan el poder. El estado de derecho, las reglas claras, la formulación de políticas públicas sensatas no son prioridad. Hoy la tarea de gobernar es más visceral que racional, con una visión de romper todo para cambiarlo, aunque resulte peor. Esta visión no es coyuntural, ni empezó con Trump, o con AMLO en 2018. Esto viene de más atrás. De descuidos y excesos sostenidos durante muchos años antes, que fueron generando las condiciones para esta oleada populista. Muchos piensan, por ejemplo, que la coyuntura actual de aranceles y medidas contraintuitivas de Estados Unidos son pasajeras. No lo son, y hay que recordar que tampoco son nuevas. El T-MEC ya nos enseñó una lección de regresiones. Esta segunda etapa es más evidente. Pretender regresar a un orden anterior es no solo poco realista sino poco estratégico. Los mercados parecen ya empezar a entender esta realidad. No así los actores de la oposición ni los afamados analistas políticos y la opinocracia. Muchos están anclados viviendo de glorias pasadas y épocas que ya no son. No se pueden atender los problemas actuales con esas fórmulas de un pasado que, si bien tuvo éxitos, fueron en una realidad muy distinta a la actual. Un pasado cuyo principal error fue no prever las condiciones que nos llevaron a donde estamos hoy. La situación actual no fue por generación espontánea, sino por descuidos de muchos frentes. Hay que aprender cómo jugar las nuevas reglas del juego, y con esas reglas acercarnos lo más posible a lo que llamábamos normalidad, entendiendo que ya es imposible regresar a lo que medianamente funcionó en esas épocas anteriores. No pocos siguen pensando que, por ejemplo en el diálogo actual con Estados Unidos, las fórmulas que funcionaron con el TLCAN, y después con el T-MEC, deben replicarse. Sin entender que ni el T-MEC fue en el mismo contexto que el TLCAN, ni la coyuntura actual se parece a ninguno de ellos. Lo mismo sucede en el plano internacional. Lo que estamos viendo en la Unión Europea, en la zona de la ex Unión Soviética, en los conflictos de Medio Oriente, o en las dinámicas en América Latina o el sureste Asiático son contextos mucho menos predecibles. El entorno global está en jaque, desde hace ya algunos años. Eso ha sido claro en las disrupciones que se han presentado al menos durante el último lustro en el comercio internacional, en las cadenas globales de valor, en el suministro energético o en los conflictos armados.
Ya no estamos ante problemas que, si bien escalaban, con el uso de la diplomacia (dura o blanca) y el diálogo (ríspido o fluido) lograban controlarse. Hoy, los argumentos y las razones ya no alcanzan. Esta es la realidad en la que vivimos, y en la que viviremos por varios años. La realidad de la incertidumbre como la nueva norma, no como una coyuntura atípica o extra ordinaria. Gobiernos, liderazgos empresariales, liderazgos políticos y sociales debemos abocarnos a entender el orden de este nuevo caos, comprender los errores que le dieron sustento, y pensar de manera creativa cómo empezar a cambiar nuestro futuro, al tiempo que sorteamos esta etapa mundial. El tiempo pasa rápido, y mientras más tardemos en adaptarnos a esta nueva realidad, más se irá enraizando y más se complicará corregir el rumbo. México no es la excepción, si seguimos enfrascados en los dimes y diretes, la degradación será cada día peor. _____ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.
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