Hace unos días, Claudia Sheinbaum publicó el siguiente mensaje en sus redes sociales: “Buenos días, hoy volamos hacia Sonora. Aprovecho para leer ‘¡Gracias!’, el nuevo libro del presidente @lopezobrador_ . Cada página es una lección de vida, una lección política”. La candidata acompañó el mensaje de una foto suya, con pose de buena estudiante, leyendo el libro muy concentrada, inspirada y seria, como si fuese un texto verdaderamente fascinante.
La publicación de Sheinbaum no es menor, pues da cuenta de uno de los rasgos más peligrosos del obradorismo: la zalamería y el culto a la personalidad. Habrá quien piense que este rasgo sólo es desagradable en términos estéticos: es decir, siempre es “feo” ver a alguien arrastrarse para agradarle a una figura de poder, ya sea su madre, su padre, su jefe o su profesora. No por nada hay tantos insultos en español que se aplican a quien incurre en este comportamiento, como, por ejemplo, lamesuelas, lamebotas o lambiscón. Tampoco es gratuito que, en general, en los salones de clases los estudiantes más antipáticos para el resto de sus compañeros son quienes elogian todo lo que dice la profesora o hacen todo lo posible para agradarle al maestro. Si la zalamería que caracteriza a buena parte del obradorismo tuviera solamente implicaciones estéticas, entonces no habría demasiado problema. Tristemente, esto no es así: López Obrador no es un simple profesor de escuelita, Sheinbaum no es una alumna de primaria y los seguidores de ambos no son infantes en edad escolar. Por el contrario, se trata, respectivamente, del presidente de México (y no cualquiera, sino uno que ha concentrado el poder notablemente), de la candidata presidencial puntera en las encuestas y de ciudadanos con derecho al voto y la rendición de cuentas. Así las cosas, la zalamería tiene implicaciones serias para la gobernabilidad, la democracia y el futuro político del país. Remitámonos al mensaje que escribió Sheinbaum. De verdad, ¿cada página del libro del presidente contiene una “lección de vida”? A mí no se me ocurre ni un solo libro que logre semejante hazaña: vaya, ni siquiera los grandes clásicos de la literatura universal son capaces de ello, y seguramente ni siquiera para las personas religiosas la Biblia contiene una lección de vida en cada una de sus cientos de páginas. ¿Qué logran los colaboradores del presidente con estos dichos? Pues que López Obrador piense que lo dicen de verdad y no como un simple elogio para quedar bien con él. Por tanto, refuerzan la premisa de la que parten todas las decisiones de gobierno de López Obrador: “Todas mis ideas son geniales”. Los resultados de esa premisa están a la vista de quien quiera verlos: la megafarmacia como solución a la crisis de abasto de medicamentos, el Aeropuerto Felipe Ángeles para resolver los problemas de conectividad de la Ciudad de México, el Insabi que causó enormes problemas de salud pública o las inauguraciones de obras faraónicas inacabadas, como el Tren Maya. En serio, ¿nadie se atrevió a decirle al presidente que esas ideas no eran buenas? ¿O que quizá algunas de ellas tenían cierto mérito (como el Tren Maya que parte de la intención de potenciar el desarrollo en el Sureste), pero carecían de viabilidad en los términos en que López Obrador las planteaba? Al parecer, no: mejor elogiar al presidente y así mantener sus cotos de poder que ponerle un alto al dispendio de los recursos públicos; mejor asentir obedientemente que salvar vidas por las pésimas decisiones de salud pública.
Por otra parte, en cuanto a los simpatizantes “duros” de López Obrador, yo jamás los criticaría por concordar con un proyecto político. Todos los ciudadanos están en su derecho de hacerlo. El problema es que un líder tiene pocos incentivos para corregir el rumbo si sus seguidores son acríticos y le aplauden todo lo que hace. La militarización es un buen ejemplo: va en contra de las banderas originales del obradorismo, pero aun así muchos simpatizantes de López Obrador la defienden a ultranza, como otra grandiosa decisión del presidente. Volvamos al caso de Sheinbaum. Hasta ahora, su campaña ha consistido en elogiar al presidente, enaltecer sus logros, replicar sus dichos y prometer continuidad. Pero, como dije, Claudia no es la niña aplicada del salón que adula al maestro para sacar 10, ni tampoco es la estudiante que en sus trabajos replica las ideas de la profesora para obtener una buena nota. Sheinbaum es la candidata presidencial, por lo que nos gustaría conocer sus verdaderas ideas. Es natural que comulgue en lo general con el proyecto de López Obrador; así lo haría cualquier candidato presidencial oficialista. Lo problemático es que no muestre ni una propuesta propia, ni un sólo esbozo de discurso autónomo o de pensamiento independiente. En serio, ¿cree que todo, absolutamente todo, lo que hizo López Obrador es grandioso y debe profundizarse? ¿No hay nada que cambiar, agregar o quitar? ¿Así va a gobernar? ___ Nota del editor: Jacques Coste (@jacquescoste94) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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