El ingreso y la permanencia en el mercado laboral formal sigue siendo un auténtico reto para las mujeres en nuestro país y en la región. Del total de población ocupada en México, 40% son mujeres, que en su mayoría están en el sector informal en áreas de baja productividad, baja calificación y altamente feminizados como los servicios o la industria manufacturera.

En entregas anteriores me he ocupado de analizar las dificultades que supone para millones de mujeres conciliar la necesidad de trabajar con la de llevar adelante los cuidados en el hogar. Debido a las barreras que restringen su acceso a trabajos en condiciones más favorables, un gran número opta por trabajar por cuenta propia mientras los hombres se insertan en mayor proporción como empleados y empleadores, una circunstancia que reproduce la división sexual del trabajo. La Comisión Económica para América Latina (Cepal) publicó hace unos meses reportes que examinan el mercado laboral femenino en América Latina y promueven la autonomía económica de las mujeres. Para el organismo, el entorno laboral está condicionado por desigualdades previas a la entrada al mercado de trabajo como resultado de patrones culturales. Afirma que el nivel educativo de las mujeres es una variable importante, a veces decisiva, para el acceso al mercado laboral. Sugiere que el comercio internacional puede potenciar las capacidades e incrementar su autonomía económica. La realidad hoy es que las mujeres se ocupan en sectores económicos de baja intensidad tecnológica e innovadora, en empleos sin acceso a protección social, en posiciones de menor jerarquía y en empresas de menor tamaño en comparación con los hombres. Mientras que en América del Sur, una de cada 10 mujeres se ocupa en empleos vinculados a las exportaciones, en México y Centroamérica se duplica pero se concentra en sectores de baja intensidad tecnológica en los que abundan las brechas salariales y de ingreso. La razón de ello es que, si bien en nuestro país las manufacturas tienen un mayor peso, se asocian al ensamblaje de bienes finales. Aquí solo maquilamos, la tecnología ya viene dada. Entre los sectores de exportación donde domina la mano de obra femenina están el de maquinaria y aparatos eléctricos, vehículos (la participación de las mujeres en ellos supera el 40%) textiles y confecciones. Se advierte que, si bien el desarrollo de la industria manufacturera-maquiladora ha generado beneficios económicos para el país, esto no se ha traducido en un aumento de la remuneración de las y los trabajadores. Este proceso de precarización laboral asociado a la disminución de las personas trabajadoras en la distribución del ingreso es uno de los principales factores en la base de la desigualdad económica en el país. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) de julio, la industria manufacturera es la actividad económica con mayor ocupación femenina después del comercio, además está fuertemente dominada por el sector exportador. La precariedad laboral está íntimamente ligada a la informalidad. Según el último dato disponible, en nuestro país el número de mujeres que se encuentra en la ocupación informal se mantiene estático, en torno al 55%. Ese sector engloba actividades de baja productividad al margen de las regulaciones laborales: son por lo general empleos de mala calidad por los que perciben bajos salarios y ningún tipo de protección social. El servicio doméstico que se encuentra entre ellos tiene los niveles más bajos de remuneración y consiste en una extensión de las tareas domésticas, lo que supone una sobrecarga excesiva para las mujeres. Se concluye entonces que las mujeres están sobrerrepresentadas en sectores y ocupaciones con las peores condiciones laborales. Para implementar políticas y mecanismos que promuevan la producción y el comercio internacional con una perspectiva de género, es fundamental invertir en la economía del cuidado por ser un sector económico central para potenciar la dinámica de crecimiento, acompañada de una reducción de las desigualdades de género y facilitar la incorporación de las mujeres al mercado laboral. El valor económico del trabajo no remunerado en labores domésticas y de cuidado equivale a 24.3% del PIB nacional.

Debemos adoptar medidas dirigidas a la autonomía económica de las mujeres ya que favorecen la participación de las trabajadoras y emprendedoras en cadenas productivas en sectores que detonan la economía, intensivos en conocimiento y en puestos de mayor jerarquía, reduciendo la brecha salarial y la carga de los cuidados, que consideren los tiempos necesarios para la reproducción de la vida, así como una educación que incluya fortalecer el aprendizaje de las matemáticas, las tecnologías y el inglés. El trabajo decente y la inserción laboral de las mujeres en sectores productivos rentables y competitivos en el país, deben servir para la sostenibilidad de la vida, para transitar hacia la sociedad del cuidado y para eliminar de una vez por todas la discriminación y la segregación laboral. ____ Nota del editor: La autora es titular de la Unidad de Igualdad de Género y Cultura de la Fiscalización de la ASF. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.

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