Pasó la reforma judicial y se promulgó a tiempo para el 15 de septiembre. Como se esperaba, y como el presidente lo planeaba. Todo en un proceso con un despliegue de las más rancias formas de arrogancia mayoritaria, y en franco retroceso institucional. Los críticos del presidente siguen haciendo bilis. Siguen argumentando el fin de la democracia mexicana. Siguen culpándolo de todo lo malo que nos ha pasado. Siguen lamentándose por el Senador 43. Y siguen sin entender que no han entendido nada de 2018 a la fecha.

La reforma judicial es la representación de los seis años de omisiones, errores, abusos y ostracismo que han caracterizado a la oposición, a los supuestos analistas y comentócratas, y a los acérrimos críticos de AMLO. Por supuesto que esta reforma es retrógrada. Claro que significa un golpe fuerte al sistema de pesos y contrapesos. Definitivamente está encaminada al centralismo del poder. Pero no se dio de la nada. No fue posible por mera imposición. Las condiciones para que llegáramos a este punto se vienen gestando desde, al menos, julio de 2018. En realidad, desde mucho antes, ante el anquilosamiento de un sistema que se apartó de la realidad social mexicana. Que se enconchó, cerrando puertas a cualquier voz sensata. Un sistema cuyos rancios representantes creyeron eterno, y trataron de replicar durante todo el sexenio actual. Con el aval de intelectuales, comentócratas y algunos empresarios despistados que, más movidos por sus fobias y vísceras que por un cambio real, no solo los validaron sino los impulsaron. López Obrador cometió errores garrafales de sobra durante su sexenio, sin embargo, los errores de en frente fueron más grandes. Eso permitió al Presidente llegar sin un raspón al final de su administración, y con un poder absoluto. En no pocas ocasiones hemos comentado en este espacio los principales errores cometidos por oposición, y sus acólitos de la comentocracia. Y hoy, aún con lo que estamos viviendo, siguen en la misma. Los ánimos autoritarios y centralistas del líder mesiánico se vieron cristalizados gracias a las constantes malas decisiones de quienes debieron ser contrapesos. Nunca entendieron al presidente, y nunca entendieron al país. Con eso le dejaron todo el camino libre. Se siguen equivocando quienes comparan lo que hoy estamos viviendo a la etapa hegemónica del PRI, tanto como se siguen equivocando quienes siguen pensando que AMLO se forjó como priista. En la hegemonía priista, si bien autoritario, se tenía un sistema complejo y sofisticado de diálogo y negociación interna. Además de un régimen forjador de instituciones, muchas de ellas aún funcionales a pesar de los embates constantes que desde 2000 han sufrido, y más visiblemente desde 2018. AMLO no se forjó en ese priismo tradicional. Nunca perteneció a los grupos de debate e ideas, de visión estadista. Siempre estuvo en los márgenes, en los grupos de choque, liderando los rijosos que solo se sublevaban sin proponer, sin construir. Durante este sexenio, PRI y PAN tampoco se caracterizaron ni por las ideas ni por el debate de nivel sobre lo que requiere el país. Se dedicaron a jugar el juego que les impuso el Presidente, sin darse cuenta. Cayeron en la polarización, en las prácticas rijosas, en la descalificación. Es decir, en el juego que sane ganar AMLO. Y claramente, les ganó. Durante seis años, nos puso a todos a bailar su son, y absolutamente nadie lo entendió. Mucho menos fuimos capaces de cambiar el ritmo. La aplanadora que hemos visto las últimas semanas, y el desprecio de la 4T hacia el conocimiento, las leyes y las instituciones, no se construyeron solas. No fueron por generación espontánea. Les dimos todo el juego y lo aprovecharon. La terrible alianza gestada por PRI y PAN desde 2021 fue la señal perfecta para AMLO de que tenía libre el resto de su sexenio. Fue la muestra de que había ganado y sin mucho esfuerzo. Debe haberse decepcionado un poco. Siempre es más reconfortante ganar contra un oponente difícil. A partir de 2021, PRI, PAN, sus acólitos de la comentocracia y los empresarios despistados, no dieron una. Siguieron error tras error, cada vez peores. Al punto de caer redondos en la trampa que les puso AMLO al imponerles a la pésima candidata presidencial que abanderaron. Todo, gracias a que nunca nadie cuestionó al PRI y al PAN por estar más ocupados en su coraje contra AMLO. Dejaron hacer y deshacer a la oposición. Avalaron, por culpa u omisión, la cooptación de los partidos por sus peores dirigencias, y después hasta las celebraron cuando se aliaron. Para cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. AMLO ya había ganado. Y hoy siguen desorientados. No se ha visto ni un ápice de reconocimiento de los errores cometidos. Ni una señal de autocrítica. Ni un poco de reflexión. Nos quejamos de Alito, de Marko, de los Yunes. Pero no de cómo los impulsamos durante seis años, por cegazón. No se ve una sola columna de quienes tanto los impulsaron, reconociendo que se equivocaron en no haberlos señalado igual o más que al propio presidente. Hoy que tanto se habla de Venezuela, se vislumbra una triste realidad. En México, sí estamos llegando a una realidad como la venezolana. Pero no es por la 4T, es por la ausencia de contrapesos organizados y enfocados en el país.

Eso fue lo que ocurrió en Venezuela. Chávez fue muy hábil, sí. Pero tenía en frente a partidos opositores, empresarios y sociedad civil ensimismados, criticando sin un análisis interno. Gritando sin entender la realidad social. Eso es lo que estamos viviendo en México. No culpemos al que supo aprovechar esa circunstancia y nuestra incapacidad de actuar. Culpémonos a nosotros y hagamos un alto, para pensar si así queremos seguir los siguientes seis años. ____ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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