De frente al inicio de un nuevo sexenio, hoy dos cosas son claras. Por un lado, el innegable hecho de que México está haciendo historia al tener al frente de su gobierno a la primera presidenta. Por el otro, el inminente reto que su gestión enfrenta relacionado con recuperar la confianza en los diferentes sectores de la sociedad. Y es que, como en muchos sectores, incluidos desde el más básico como las relaciones interpersonales hasta el más elaborado como la afinidad a alguna organización/institución, marca o pertenencia política, la confianza se ha vuelto un elemento crucial para la estabilidad y con ello las condiciones necesarias para desarrollar la posición de México como un país clave en el plano regional y global.
Para entenderlo con mayor claridad, basta recordar cómo llega Claudia Sheinbaum a la presidencia hoy. Su gestión comienza desde el sabor agridulce que dejó el sexenio del hoy expresidente Andrés Manuel López Obrador, caracterizado por una polarización social muy marcada, proyectos oficiales prioritarios cuya funcionalidad no termina de convencer, la inseguridad que se vive en una gran parte de México, un estilo de gobernar calificado por algunos como autoritario, un sector salud que no refleja las promesas realizadas al inicio de su gestión, una economía con poco crecimiento y un desgaste en la relación con algunas naciones. A lo anterior, se suma la herencia de un descontento generalizado y un país movilizado frente acontecimientos aún más recientes, como la reforma al poder judicial o la decisión de que la Guardia Nacional sea administrada por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). En su conjunto, aunque algunos con más peso sobre otros, estos elementos han llevado a que muchos analistas financieros y económicos califiquen en estado de riesgo al país. Pues no hay la confianza de que pueda desarrollarse un clima competente y próspero. No tener contrapesos para la aprobación de algunas ideas ha puesto en alerta y encendido el nerviosismo de lo que pueda pasar en las finanzas, las inversiones y la seguridad. Esto se acentúa si miramos la estructura que tiene hoy el nuevo gobierno, en donde la mayoría en el Congreso no parece sino perpetuar ese sentimiento y despertar la sospecha de que puedan vivirse escenarios como los que se presenciaron en los primeros años del sexenio que recién termina. Desde luego, esto ha sido un catalizador del descontento y la crítica social, que para muchos pone en duda la capacidad de Claudia Sheinbaum de marcar una distancia de los elementos que han causado descontento en la gestión de su antecesor. Sin embargo, en contraste, el legado que recibe la nueva presidenta también incluye elementos como un incremento en los programas sociales, el decremento en la población en estado de pobreza, reformas en materia laboral y de pensiones, el aumento del salario mínimo, la recaudación fiscal y el combate a delitos relacionados con corrupción y lavado de dinero. Visto desde la relación cercana que tiene Claudia Sheinbaum con Andrés Manuel López Obrador, estos elementos pudieron ser, incluso, un impulso para las más de 35 millones 924,000 personas (+59% de los votantes en la jornada del pasado 2 de junio) que dieron su voto y la aventajaron con más de 30% frente a su contendiente. Aun con esa primacía, el reto sigue estando en la audacia que demuestre para definir un estilo personal de gobernar, desmarcado del camino delineado por el anterior presidente. Lo anterior como un primer paso y elemento crucial para impulsar la confianza y, desde ella, desatorar otros pendientes que tendrá que resolver durante los próximos seis años que dure su mandato. Los cuales no son menores y abarcan temas desde la administración en los recursos económicos, facilitar el acceso a alternativas en el sector energético, fortalecer el sistema de salud, garantizar seguridad y dar certeza jurídica. Es decir, lo necesario para que el país siga siendo atractivo para inversión extranjera, el turismo, sea un punto clave para las exportaciones y encuentre su mejor desempeño en sectores como el nearshoring. En consecuencia, esto permitiría que la economía se mantenga resiliente.
Esto, desde luego, no implica dejar de lado los supuestos intereses que abandera Morena, la plataforma política que la puso en la posición actual. La cual, sostiene como principal lema que “por el bien de todos, primero los pobres”, capitalizando el apoyo potencial de un país que en su mayoría se encuentra en esa situación. Desde mi perspectiva, lo anterior no es poca cosa. Es, más bien, un gran acierto en un país donde la desigualdad en las últimas décadas no hizo más que crecer y doler. Un ejemplo de confianza implementada en un sector particular, que les ha llevado a resultados arrasadores. Pero, también es cierto que lo social no debería ser el único propósito del gobierno. Junto a fortalezas que ya ha demostrado tener como su amplia trayectoria en la política con líneas de acción bien definidas, su perfil académico y el gabinete designado con figuras experimentadas en sus áreas (algunas más que otras), la posibilidad de diferenciarse sigue siendo una de las grandes apuestas y ese faro de anhelo para muchos de que se pueda restaurar la confianza en sectores que hoy la ven lejana. ____ Nota del editor: Luis Ruiz es Licenciado en Ciencias de la Comunicación de formación –por la Universidad Nacional Autónoma de México– y consultor en comunicación estratégica corporativa y relaciones públicas. En los últimos años ha colaborado en el desarrollo de campañas de comunicación corporativa de compañías relevantes en el plano nacional y regional. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión
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