Acabamos de vivir uno de los fines de semana más intensos en materia económico comercial, y de nuestra relación bilateral con Estados Unidos. El presidente Trump amagó con exceso el uso de aranceles, y afortunadamente la presidenta Sheinbaum supo reaccionar. En tan solo 72 horas fuimos de cierta confianza y certidumbre, a una incertidumbre total, a un estado de shock, a escenarios catastróficos, para finalmente regresar a cierta calma y menos incertidumbre, al menos para los siguientes 30 días. Y parece que así será cada mes.

Previo a este fin de semana, todos parecían tener claro qué pasaría, cada quien con su versión. Desde los que se confiaban en que no habría aranceles, pasando por lo que pensábamos que serían focalizados, hasta los que decían que era claro que sería un 25% parejo. Pero más aún, previo a este fin de semana, han pululado medios, analistas, consultores, opinócratas y demás que no han hecho más que darle más cancha al juego público del presidente Trump. Algunos lo hacen por la pésima costumbre de sensacionalismo, y otros por una profunda necesidad de protagonismo. Lo que parece quedar claro es que no hemos entendido, o no hemos querido entender, que los personajes como Trump en Estados Unidos, o AMLO en México, justamente viven y se alimentan de las discusiones públicas. Nada beneficia más a este tipo líderes que todo el ruido público sea sobre las agendas que ellos marcan y las discusiones que ellos imponen. E invariablemente, caemos siempre en su juego, en el que obviamente salen ganando ellos. Está faltando mucha cabeza fría en el debate público sobre la relación con Estados Unidos y las amenazas de Trump hacia México. Cada vez resulta menos común la sensatez, y más constante la necesidad de escandalizar. Eso en nada ayuda a nuestro país. Lo más delicado y peligroso es que en este mar de sensacionalismo y protagonismo hay cada vez más escasez de análisis serios. Todo parece ser una batalla de opiniones fáciles, viscerales y radicales en busca de ganar el micrófono. Y por supuesto el problema no solo está presente en México. Esto es una realidad mundial. Y en Estados Unidos está cada vez más marcada, sobre todo a partir del regreso triunfal de su hoy presidente. En el caso de varios medios, por más críticos que sean del presidente (Trump en Estados Unidos o aquí AMLO y ahora CSP), en su afán por desacreditar cualquier dicho o acción gubernamentales, terminan dando mucho más reflector a los mensajes presidenciales, perpetuando su juego público. Y en el caso de muchos analistas y opinócratas críticos, en su carrera por cuestionar cualquier movimiento oficial, terminan espetando cátedras sobre temas que no solo en muchos casos no conocen, sino que no entienden. Eso sí, sin la menor autocrítica, ni cuestionamiento de qué nos llevó a la terrible realidad actual. En la antesala de los posibles aranceles del 1 de febrero, era constante leer titulares y columnas dando “soluciones” al gobierno mexicano, y pintando escenarios fatídicos. Sin darse cuenta del grave riesgo para México. Hay muchas cosas criticables de la 4T, incluso diría que la gran mayoría de sus acciones. Pero en el caso específico de las amenazas trumpistas, no podemos dejar de reconocer que el gobierno mexicano ha mantenido pies de plomo y cabeza fría. Ha sido notorio cómo la presidenta y el secretario de Economía han ido calculando y sopesando cada paso. Puede no ser el método que a muchos nos gustaría, pero ha demostrado ser eficiente. Incluso, han ido un paso más delante de Canadá, que sufre de los mismos problemas en este momento. Lamentablemente, el clamor público previo a lo que vivimos este fin de semana parecía un recordatorio constante a Trump de sus “promesas” arancelarias. Por supuesto no era expresado así, pero en los hechos hasta parecía que se quería que pasara ese escenario, para poder decirse a sí mismos “ven, tenía razón”. En las semanas previas, medios, analistas e “informadores” fueron tergiversando cuanta declaración pública importante había, como si trataran de retar al ogro, como si quisieran amarrar navajas. No queda claro a quién beneficiaba ese escenario. Pasó cuando modificaron las declaraciones de la CEO global de General Motors, quien nunca habló de reducir producción y ni de llevarla a Estados Unidos. Lo que dijo claramente fue que, ante aranceles, la producción de México se exportaría a otros países, y el mercado de Estados Unidos lo surtirían, en la medida de lo posible con producción de aquel país. O cuando muchos citaron al a vocera de la Casa Blanca diciendo que era un hecho que habría aranceles, cuando lo que ella realmente dijo fue que el tema seguía sobre la mesa y que correspondería al presidente Trump tomar la decisión final. O también cuando retomaron las declaraciones de Lutnick, nuevo Secretario de Comercio de Estados Unidos, en su audiencia pública de ratificación, en la que claramente dijo que los aranceles eran una medida de presión en caso de que no se avanzara en la cooperación sobre migración y seguridad.

Podría argumentarse que eso sucedía por no tener pleno conocimiento del idioma inglés, pero la realidad es que era un claro ánimo de generar polémica y de cuestionar al gobierno en turno. El problema es que, lejos de afectarle a la presidenta, eso le afecta a México en su conjunto. Afortunadamente, los mercados y los inversionistas han sido infinitamente más cautelosos que muchos medios, analistas y opinócratas. Tanto, que muchos incluso no entienden por qué los mercados y el tipo de cambio no han tenido caídas estrepitosas. Pareciera que los mercados están entendiendo mucho mejor la dinámica trumpista, y las señales constantes de amago previo a la negociación. Se necesita mucho más profesionalismo y responsabilidad en la cobertura mediática y en las columnas de opinión. La víscera, las fobias y la necesidad de protagonismo personal o de ganar la nota, verificada o no, resultan más perjudiciales que las propias amenazas estadounidenses. ____ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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