Para imponerse en la elección más grande de la historia del país se requiere de algo más que un mensaje chispeante o un bailecito viral en las redes sociales. Los partidos políticos con mayor presencia territorial serán los triunfadores, ganen o no los impactos mediáticos en las campañas; ahí Morena lleva ventaja, pero no quiere decir que su movilización alcance a todos los territorios. Que más de 20,000 cargos se encuentren en disputa en este 2024 no sólo quiere decir que está en juego una importante distribución del poder, sino también que se requiere de personal que haga posible pugnar por esos espacios.

Por eso son tiempos intrincados para los partidos, porque lucen menesterosos de armazones robustos. Esto facilita el control desde sus dirigencias nacionales, pero hace difícil la operacionalización de sus decisiones en campo. En estas condiciones los conflictos por las candidaturas se intensifican, entran en disputa grupos, estructuras locales con la capacidad para ensamblarse con el partido que convenga, según lo señale su líder. La fuerza de las estructuras locales lleva a ganar candidaturas y eventualmente elecciones, de ahí que quieran colocar a uno de los suyos: ¿quién trabajaría para hacer fuerte a otra estructura? La negociación con las diferentes agrupaciones locales es muy compleja, el centro hace lo que puede, pero las fricciones y el riesgo de ruptura están siempre presentes por la incapacidad para cumplir a plenitud sus solicitudes. Las estructuras de ensamble responden a sus liderazgos y no necesariamente al partido. Debemos cambiar la jerga con la que nos referimos a los movimientos partidarios: hemos pasado del chapulineo al cardumeo. No es el político o política que se retira –como “chapulín”– y se cambia de partido, sino que se va con todo su capital –valga “cardumen” para seguir con la analogía–, con la estructura que con diversos recursos ha ido nutriendo. En tiempos en los que los afiliados a los partidos son tan escasos, su presencia en los territorios constituye un indicador muy importante para hacer prospectiva sobre las posibilidades reales de ganar de estas organizaciones. Otra vez, es necesaria una mirada a lo subnacional. Entre los preparativos de los partidos para las elecciones de 2021 y las actuales de 2024 muchos cambios han ocurrido. En materia de afiliaciones destaca el hecho de que el partido oficial aumentó su caudal, el PRI tuvo serias pérdidas y el PAN no presentó avance alguno en esa materia. Morena pasó de 466,931 inscritos en su padrón en septiembre de 2020 a 2,321,997 en agosto de 2023; el PRI, en contraparte, tenía 2,065,161 afiliados antes de las elecciones de 2021 y hoy sólo suma 1,410,174 para enfrentar los comicios de este año. El PAN es una organización a la que históricamente le ha costado comprobar el mínimo de registros que se le exige de acuerdo con la Ley General de Partidos Políticos, que es el equivalente a 0.26% del padrón electoral federal, es decir, 246,270 inscritos. Entre el 2020 y el 2023 el PAN apenas pasó de 252,140 a 277,466 militantes, entre los que, por cierto, no se encuentra su candidata presidencial, Xóchitl Gálvez. Morena es el partido que mejor desarrollo territorial ha mostrado. En todas las entidades tuvo un incremento en el número de afiliados, y en algunos casos alcanzando incluso cifras desaforadas. En Chiapas, Michoacán, Tamaulipas y Puebla el incremento fue de más de 1,000%. En el estado del sur apenas 10,199 chiapanecos conformaban el padrón del partido del presidente en 2020, actualmente se registran 137,182.

En términos de volumen, tres estados son los que más militantes morenistas registran: estado de México (402,891), Ciudad de México (307,059) y Veracruz (180,927), con incrementos del 217%, 142% y 970%, respectivamente. La merma de militantes del PRI, por otro lado, no es generalizada en el país. Sus focos rojos se encuentran en Nuevo León, Estado de México y Tamaulipas, en donde tiene pérdidas superiores al 60%. Pero llaman la atención también incrementos del 855% en Puebla y de 169% en Durango. Sus bastiones más importantes son el referido estado de México (pese a que pasó de 793,403 afiliados a 298,622), Coahuila e Hidalgo. Un partido puede ganar una elección sin una buena campaña, pero no puede triunfar si no tiene presencia y trabajo territorial. Pudiera darse el caso de que Xóchitl ganara la campaña, pero eso no le garantiza hacerse de la Presidencia de la República. Firmar con la propia sangre, regalar naranjas, jalonearse del cabello, decir corrupción en vez de transformación, cantar y bailar con gracia (o marcadamente sin ella)… todo es parte del espectáculo de las campañas. Pero para ganarlas se requieren votos, no anécdotas, bases de apoyo electoral y no chascarrillos virales en redes sociales. Parece que Claudia Sheinbaum lleva ventaja en más territorios, ya se verá en dónde no. ____ Nota del editor: Javier Rosiles Salas ( @Javier_Rosiles ) es politólogo. Doctor en Procesos Políticos. Profesor e investigador en la UCEMICH. Especialista en partidos políticos, elecciones y política gubernamental. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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