En mi experiencia de amor al cine se puede decir que inició una tarde de domingo en Torreón. En un vetusto teatro que desconocía de su existencia y de su magnitud, llamado Isauro Martínez, el cual guardaba su piso de madera (igual que el cine Princesa, que después conocí y se quedó en mi mente de niño). Y fue posiblemente ese destello de luz que se esparció por aquel muro blanco, el cual capturó mi mirada, debido al color, a la magnitud de la imagen, pero indiscutiblemente a la historia, y esa era Blanca Nieves.
Lo que viví esa tarde fue maravilloso, sentimientos que brotaban en aquel cuerpecito de 5 años, que se emocionó con la maravilla que era esa técnica de la animación, la cual ya tenía varias déca…
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