Para Bárbara. La discusión sobre si una eventual presidencia de Sheinbaum derivaría en una radicalización ideológica o en una moderación pragmática de la “4T” gira excesivamente alrededor de ella: de su forma de ser (su estilo, prioridades y principios), de las especulaciones sobre lo que dice (en público, en privado o por medio de terceros), de las anécdotas de su gestión como jefa de Gobierno (unos aseguran que sabe escuchar, que entiende la complejidad de los asuntos, que es más “técnica” que política; otros afirman que es muy irascible, que es intolerante a los puntos de vista críticos o disidentes, que “ya se vio” en la silla y seguirá la línea de menoscabar sus contrapesos). Pueden ser interpretaciones más o menos informadas, prudentes o exageradas; sin embargo, entre más insisten en enfocarse en ella, más pierden de vista otros aspectos cruciales para ponderar cómo sería su gobierno.
Yo no sé cómo es Claudia Sheinbaum, no sé cómo trabaja ni qué piensa “realmente”. No digo que esto sea irrelevante; digo que también importan otras cosas. Por ejemplo, los rasgos de su coalición —y no solo los de su carácter—. Su mandato dependería del apoyo de quienes se identifican como obradoristas; ese es su núcleo duro, su plataforma para brincar a la Presidencia. Su campaña está diseñada para el “pueblo” que López Obrador lleva décadas cultivando. ¿Cuáles serán las expectativas, los intereses y las demandas de ese electorado tras el cambio de gobierno? ¿Qué significa para quienes constituyen dicho “pueblo” la continuidad que Sheinbaum promete? ¿Qué tanto “sello propio” estarían dispuestos a tolerarle? Como candidata hace algunos guiños para diferenciarse un poco del presidente, envía una que otra señal de deslinde, pero esos son detalles (genuinos o estratégicos, para efectos de este análisis es intrascendente) que en nada alteran el hecho fundamental de que Sheinbaum es y siempre ha sido una militante del obradorismo. No hay nada ambiguo ni oculto en ello. De ahí viene, ahí está y, si gana, desde ahí va a gobernar. Más allá de que su temperamento sea intolerante o detallista, a esa base política le deberá su poder, con esa base y para esa base lo ejercerá. Otro aspecto crítico es cuánto poder tendrá. Al margen de que Claudia valore la inteligencia de sus colaboradores o los maltrate, la presidenta Sheinbaum sería una con mayorías legislativas y otra sin ellas. E independientemente del tamaño de las bancadas de su coalición en el Congreso, ¿tendría con qué controlar a sus legisladores?, ¿podría mantenerlos disciplinados como lo hizo Andrés Manuel? Porque Claudia perdió en la elección intermedia de 2021, perdió la candidatura para sucederla en la Ciudad de México, perdió la posibilidad de proponer al sustituto del ministro Zaldívar en la Suprema Corte, perdió en su intentona de que Ernestina Godoy repitiera en la Fiscalía capitalina… Si entre una hipotética presidenta Sheinbaum y el para entonces expresidente López Obrador hubiera un desacuerdo grave, ¿la dirigencia del partido y sus gobernadores se alinearían automáticamente con ella? Da igual si en su fuero interno prefiere las políticas públicas basadas en evidencia o si cree que la igualdad de oportunidades es un concepto neoliberal, ¿tendrá la capacidad de operación para arbitrar el conflicto entre los distintos grupos que conviven bajo la carpa obradorista? Por último, están la fortuna y los tercos límites que impone la realidad, eso que los decimonónicos llamaban “el imperio de las circunstancias” ( Roberto Breña tiene un excelente libro sobre las independencias hispanoamericanas y el liberalismo español con ese precioso título), algo mucho más poderoso que la voluntad y las convicciones de cualquier dirigente. Llámese el precio del petróleo, las fluctuaciones de la tasa de interés o el tipo de cambio; llámese la fuerza del crimen organizado, las exigencias y los desafíos del nearshoring o la crisis del agua; llámense desastres naturales cada vez más potentes e imprevisibles, quiénes ganan las elecciones en Estados Unidos y cómo evolucionan los conflictos en Ucrania y Palestina: ahí se juega mucho más el futuro mexicano que en la educación científica o la pulsión antipluralista de Claudia Sheinbaum. Insisto, no es que su personalidad no importe. Al concentrarnos tanto en intentar descifrarla, estamos ignorando la identidad de su coalición, la medida de su poder y el imperio de las circunstancias. Existe eso que Cosío Villegas denominaba “el estilo personal de gobernar”, pero también existe un vasto mundo con el que ese estilo tiene que habérselas. ______ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg
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