Parecerá obvio decir: sin Américo Ortiz no hay Big Papi. Pero, ciertamente, Américo, o “Leo”, como le decían sus allegados, fue una figura paterna esencial para que el dominicano David Ortiz se convirtiera en el pelotero que más adelante construyó una carrera épica y digna del Salón de la Fama del mejor béisbol del mundo.

Américo Ortiz siempre le vio condiciones a su hijo para ser un peloterazo. Era fuerte, alto y de brazos largos. Muy parecido a otros dominicanos que, en la década de los ochenta, habían brillado en Grandes Ligas.

Sin embargo, en una entrevista al periodista José Cáceres del diario Hoy, Américo reconoció que quien amaba la pelota era él, y no David: “Me inscribí en varias ligas de softbol y me llevaba mi chamaquito para que se estimulara, pero qué va, a él le gustaba el básquet y no salía de la cancha”.

Persistencia

Aun así, Américo persistió, consciente de las condiciones físicas de su hijo.

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“Yo jugaba al básquetbol… el viejo mío fue el que forzó la jugada para que yo fuera pelotero, porque a mí, en realidad, lo que me gustaba más era el básquetbol”, ha dicho David Ortiz.

Américo jugó béisbol profesional y semiprofesional en ligas dominicanas durante los años setenta. Destacaba más por su defensa que por su bateo, y aunque mostró talento, abandonó sus aspiraciones como jugador al nacer David, para poder mantener a la familia.

David contó a periodistas en numerosas ocasiones que ese amor por el básquet sobre la pelota con frecuencia se convirtió en una razón de conflicto con su padre.

También ha relatado cómo, cuando escapaba hacia la cancha de baloncesto, su papá lo esperaba: “me halaba las orejas porque no le gustaba tanto la pelota y, sin embargo, él siempre me vio las condiciones”.

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David Ortiz junto a su padreAmérico Ortiz. (FUENTE EXTERNA)

Un momento decisivo

El punto de inflexión llegó cuando David, con unos 15 años, enfrentó en una prueba a un lanzador de las ligas menores con envíos de 94 millas por hora. Leo vio algo extraordinario: “Le dio 17 fouls a ese pitcher”, narró el padre.

Fue entonces cuando un scout dominicano que trabajaba para los Mets lo identificó como el muchacho al que debía seguirle la pista, y Mateo Rojas Alou lo aseguró: “Yo te firmo a ese bateador en dos años, sin importar la edad que tenga, porque le veo mucho potencial”. De ahí en adelante, David Ortiz se puso para el béisbol.

Sin embargo, ese proceso no fue una línea recta hacia el estrellato. David Ortiz tuvo dificultades en sus inicios en las Grandes Ligas.

Su vida en la Gran Carpa fue inestable. Cuando fue bajado a Triple A, recordó: “Saliendo del clubhouse, el primero que me encontré fue mi papá. Si ese tipo no está ahí, la historia mía habría sido diferente… me dijo: ‘¿Vas a jugar con mi comida, muchacho?’”.

Durante su paso con los Mellizos de Minnesota —franquicia en la que jugó antes de los Medias Rojas de Boston— nunca fue una figura a la que le dieron regularidad, a pesar de su productividad cuando tenía la oportunidad. Y en esos momentos, su padre siempre estuvo allí.

Una vez llegó a Boston, la carrera de David se transformó a la del Big Papi, y su padre estuvo allí para disfrutar sus triunfos. En aquella época, cuando no viajaba para verlo jugar, lo seguía desde su residencia, en Santo Domingo. Invitaba a amigos y familiares para dar seguimiento a su hijo y comenzaron los mejores días. 

Es por ello que, David Ortiz escribió el pasado 15 de julio, Día del Padre en Estados Unidos: “Mi mejor amigo para siempre. Sin ti no tendría idea de la vida. Muchas gracias por todo pap (sic)”.