Me pregunto si los movimientos sociales suelen perder adeptos y fervor a medida que transcurre el tiempo y los participantes perciben que dicho movimiento no está generando el cambio esperado, o por el contrario, en estos casos, se fortalecen los movimientos, atrayendo más participantes y adoptando formas y tonos más enérgicos para expresar las demandas sociales. Esta reflexión me surge en vísperas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, pues temo que, como consecuencia de la continua situación de violencia de género en nuestro país, se estén dando ambas reacciones.

Por un lado, observo muchas mujeres suficientemente desmotivadas como para no participar un año más en la marcha conmemorativa. Por otro lado, percibo una creciente necesidad del uso de formas más agresivas y contundentes, que algunos calificarían de violentas dentro del movimiento feminista para levantar la voz. Ambas reacciones me parecen completamente lógicas. Es comprensible la creciente apatía hacia el movimiento del 8 de marzo en un país que no ve reflejados cambios positivos en temas de equidad de género. Después de la efervescencia del día en cuestión, parece que las mujeres seguimos viviendo en un país que experimenta una creciente epidemia de violencia contra sus mujeres y donde no percibimos mejoras. Por ejemplo, tras el 8 de marzo, no vemos instituciones trabajando por impartir justicia a las víctimas de todas las formas de violencia. Por el contrario, seguimos viendo cifras indignantes como el 91% de impunidad en delitos sexuales contra las mujeres. Es desmotivador ver que el movimiento aparentemente ha tenido un impacto limitado en la lucha por la equidad de género y la erradicación de la violencia contra las mujeres en México. Por otro lado, la creciente radicalización en las formas de exigir justicia para las mujeres dentro del movimiento del 8 de marzo también resulta comprensible cuando se entiende la frustración, el enojo, la tristeza y la desesperanza detrás de cada víctima que no obtuvo justicia y detrás de cada historia de impunidad. La vida y la integridad de cada una de las mujeres víctimas de algún tipo de violencia valen más que cualquier monumento, puerta o bien público. Ante un completo abandono por parte de las instituciones, una indiferencia total de la sociedad y unas orejas sordas del gobierno, es lógico que las formas de exigir resultados suban de tono. Sin embargo, preocupa que en una sociedad poco empática y apática como la mexicana, ambas reacciones (mujeres desmotivadas y aumento del tono de las exigencias) sean usadas por el patriarcado para deslegitimar el 8 de marzo. Más de uno tendrá la tentación de «mostrar» (engañosamente) que este tipo de ejercicios ciudadanos no tienen ningún impacto en las transformaciones sociales, abonando así a la apatía social y justificando la desmotivación de algunas mujeres para participar activamente en el movimiento feminista. Esto es peligroso para una democracia, pues si se piensa que es irrelevante sumarse a alguna causa social, solo se genera una ciudadanía no participativa en la esfera pública y social, lo cual es un caldo de cultivo para gobiernos autoritarios. Además, habrá quienes, en lugar de abordar el problema de fondo, la violencia contra la mujer, intenten deslegitimar todo el movimiento desviando la conversación hacia actos aislados de violencia por parte de las participantes, como si eso fuera lo relevante y no la integridad y la vida de las mujeres en este país. Quien decida tomar la postura de cuestionar la legitimidad de todo un movimiento diverso, a expensas de actos “violentos”, no ha entendido nada. Esa postura solo revela su falta completa de empatía por las víctimas y de entendimiento de cómo no funcionan los sistemas de seguridad y justicia.

En este contexto, me pregunto: ¿Cómo podemos seguir dándole sentido a la lucha por la igualdad en un país como México? No es tarea sencilla, pues se ha vuelto un lugar común hablar de una sociedad incluyente, y se ha vuelto frustrante no ver resultados tangibles, como ya mencionamos. Pero ojo, mujeres, en días como hoy es importante reconocer que sí, hay mucho camino por recorrer, pero también hay mucho camino ya recorrido. Y participar en movimientos como el 8M es sumarse a la conmemoración de quienes lucharon antes que nosotras. Se lo debemos a ellas y a las generaciones futuras. Se estima que el año pasado en la Marcha del Día Internacional de la Mujer en la Ciudad de México asistieron más de 90,000 mujeres, me gustaría que este año nos solidaricemos como sociedad y seamos muchas más. Para quienes les queda duda si marchar o no funciona, sí, marchar funciona. Porque hoy esta lucha ha llevado a que en México por primera vez tendremos una presidenta. Ahora la gran pregunta es saber si, cuando las mujeres llegan al poder, esto implicará un cambio en la realidad para todas, pero esa pregunta es para ellas y para el año que viene. ____ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de las autoras.

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