Con el bombardeo a las bases nucleares de Irán, Estados Unidos colocó el último clavo en el ataúd del sistema internacional liberal que rigió el orden global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha. El sistema internacional está transitando de uno en el que las normas y las instituciones multilaterales cuentan —al menos como artificios retóricos y como mecanismos de legitimidad— a uno en el que el despliegue de poder unilateral es la vía principal y más efectiva para resolver cualquier controversia o empujar los intereses de los Estados.

La invasión rusa a Ucrania y el genocidio de Israel contra el pueblo palestino fueron avisos contundentes del cambio de época. Pero si quedaba alguna duda del tránsito a una nueva etapa histórica del orden internacional, Washington acaba de despejarla. Y no se trata solamente del fin de una era histórica en el régimen internacional; el cambio de época también se siente a ras de tierra, entre grandes porciones de la población del planeta. La democracia liberal ha perdido legitimidad y fuerza en casi todo el mundo, al tiempo que han ascendido distintos gobiernos autoritarios o populistas. El capitalismo neoliberal se transforma poco a poco, cediendo terreno frente a la regionalización, el proteccionismo y los recientes avances tecnológicos. La crisis ambiental se ha agravado a niveles que ponen en signos de interrogación la sobrevivencia de la raza humana. La Inteligencia Artificial ha representado un cambio profundo en la manera en que aprendemos, estudiamos, trabajamos y nos comunicamos. La brecha de desigualdad se sigue agravando y hace décadas que no se veían tantas guerras regionales simultáneas. Por si fuera poco, Estados Unidos y China han intensificado su rivalidad geopolítica a niveles tales que los analistas no dudan en asegurar que el mundo está en una “nueva guerra fría”. Además, el declive de la hegemonía estadounidense es claro, pero no hay certeza sobre qué dirección tomará el orden internacional sin Estados Unidos. El mundo en que crecieron mi generación y la anterior, el mundo en que nos criamos los millennials y la Generación X se acabó. No existe más. Estamos entrando a terreno desconocido. ¿Mejor o peor? Eso está por verse, pero soy poco optimista. Los cambios de época suelen ser violentos, turbulentos, impredecibles, y lejos de ser lineales, transcurren en zigzag . Ante todo, los cambios de época duelen, y ésta no es la excepción. En 1942, el gran escritor austriaco Stefan Zweig publicó de manera póstuma su obra maestra, El mundo de ayer. Memorias de un europeo . Se trata de una de las mejores autobiografías que uno puede leer. Es un libro melancólico y triste como pocos, pero —como toda la obra de Zweig— bello, conmovedor y profundo. Zweig advierte en el prefacio: “tampoco será mi destino el tema de mi narración, sino el de toda una generación, la nuestra, la única que ha cargado con el peso del destino, como, seguramente, ninguna otra en la historia”. Y remata: “Cada uno de nosotros, hasta el más pequeño e insignificante, ha visto su más íntima existencia sacudida por unas convulsiones volcánicas —casi ininterrumpidas— que han hecho temblar nuestra tierra (…); y en medio de esa multitud infinita, no puedo atribuirme más protagonismo que el de haberme encontrado —como austriaco, judío, escritor, humanista y pacifista— precisamente allí donde los sismos han causado daños más devastadores”. Una vida trágica como la de Zweig —no podía ser de otra forma— tuvo un final desdichado. Luego de huir de la persecución nazi y sin encontrar cabida en el nuevo mundo, se suicidó junto con su esposa en Brasil, en 1942, a los 60 años de edad. Dejó tras de sí una obra monumental, que es una ventana, simultáneamente, a la condición humana, a la sociedad burguesa y al mundo europeo de entreguerras. Pero su legado fundamental fue El mundo de ayer . La obra idealiza en exceso el mundo previo a la Segunda Guerra Mundial, pues lo pinta como un paraíso cosmopolita para cultivar el arte y la cultura, como un oasis liberal para pensar, discutir, escribir y deliberar. Sin embargo, al mismo tiempo, el libro nos muestra el espíritu desgarrado de Zweig —y de buena parte de su generación— que de un golpe lo perdió todo.

Zweig no vivió para ver el orden internacional que emergió después de la Segunda Guerra Mundial. Los últimos años de su vida transcurrieron, precisamente, en el tránsito de una era histórica a otra. Por eso, El mundo de ayer ha cobrado nueva vigencia: es un retrato estremecedor y profundo del cambio de época. La nostalgia que siente Zweig por el mundo que perdió, el miedo frente al mundo que está naciendo y la incomprensión de los valores que regirán a ese nuevo orden son los rasgos distintivos de esta autobiografía; y son también los signos de nuestro tiempo, el tiempo del malestar, la impotencia, la ansiedad, la depresión y el temor. Aquí nos encontramos, tratando de asimilar que ya no vivimos en el mundo de ayer. ____ Nota del editor: Jacques Coste es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

]]>