“El ejemplo lo puso su padre y ellos no renegaron. La sangre llamaba. Se rodearon de los más buscados y, muy pronto, adoptaron su papel. La herencia fue criminal”. Son los “Chapitos”, hijos de Joaquín Guzmán Loera, descritos por el periodista José Luis Montenegro . En la Sinaloa del Cártel, Iván Archivaldo, Jesús Alfredo Guzmán Salazar, Ovidio y Joaquín Guzmán López son protegidos por ciudadanos atemorizados y por políticos corruptos, atiza el investigador en su libro Los Chapitos: Radiografía criminales de los herederos. En su nómina, abunda, están diputados, senadores, elementos de la Guardia Nacional y hasta mandos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
Los hijos del más famoso narcotraficante mexicano saltaron a los reflectores en 2019, después de que iniciaran una insurrección criminal en Culiacán tras la captura fugaz de Ovidio Guzmán. Se pusieron en el ojo de la ciudadanía, pero también de las autoridades nacionales y extranjeras. El propio presidente Andrés Manuel López Obrador ha reconocido que tuvo que intervenir para que soltaran a «El Ratón» para evitar una masacre de inocentes. Descritos por Montenegro como economistas, empresarios y mercadólogos, los hijos de Guzmán son delincuentes temidos por el nivel de violencia que se les ha llegado a adjudicar. Uno de ellos permanece en un celda, en Estados Unidos, mientras que sus hermanos aún se pasean bajo la venia oficial. “Son narcisistas; si su nombre suena en cada nota de un trombón. Eso lo saben Mario Quintero y Julión. Juegan golf y disfrutan el futbol. Son discretos, pero en su intento por llevar una vida normal, han sido capturados y, los de peor suerte, extraditados”, describe el reportero. En entrevista con Expansión Política, José Luis habla sobre cómo un grupo de jóvenes se han convertido en los jefes del negocio criminal y lo que viene con ellos en el sexenio de Claudia Sheinbaum. José Luis Montenegro es periodista y escritor especializado en la cobertura noticiosa de seguridad, crimen organizado y política mexicana.
En el libro, planteas que la relación entre autoridades y »Chapitos» es tan grande, que incluso saben hasta dónde duermen… pero aún así no actúan para capturarlos… Las autoridades saben perfectamente dónde estamos en este momento tú y yo porque tenemos un teléfono celular; ellos tienen una supuesta ciber-policía tan preparada en la Ciudad de México que permite que las operaciones del diario de alguna persona sean documentadas. Tienen detalle absoluto de lo que hacemos, donde nos movemos, qué comemos, qué hacemos, en qué hemos gastado nuestro dinero. En ese mismo tenor las autoridades saben dónde están los »Chapitos». Evidentemente, saben dónde viven, cómo operan, cuáles son sus fuentes de financiamiento, cuáles son las empresas fantasma, quiénes son sus aliados en el gobierno, quiénes son los empresarios que les proveen las aeronaves para que puedan trasladarse de México hacia otros estados u otros países para comercializar, para blanquear capitales. Entonces para mí el hacer el libro los Chapitos era desvelar el modus operandi de estos personajes y saber y conocer cuáles son las piezas que mueven los hilos que tejen, insisto, un poder que permite que ellos estén haciendo operaciones en lo público a pesar de que ellos navegan en la clandestinidad. ¿Tiene también relación con mantener la pax narca que dice que se mantiene en Sinaloa? Yo creo que es un cúmulo de factores. El hecho de que opere libremente en el país el grupo de los »Chapitos» obedece a… no solo obedece a una omisión gubernamental, más bien es una complicidad compartida. Yo creo que ahí el grupo, liderado por Iván Archivaldo y Jesús Alfredo Guzmán Salazar… tienen este liderazgo porque las autoridades se los han permitido, porque pueden cooptar al policía municipal, pueden cooptar al alcalde, al gobernador e inclusive al círculo más cercano del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Pueden hacer este tipo de tejes y manejes porque lo permite el dinero. Yo creo que todo tiene que ver con la corrupción y la impunidad; todo tiene que ver con la corrupción imperante que existe en el país, pero también con la impunidad. No se podría navegar en ciertos niveles. O no se podrían hacer ciertas actividades sin que el gobierno lo supiera. Es decir, los »Chapitos» tienen esta capacidad de transformarse en una organización no solamente local, sino estatal, nacional e internacional. Se pueden dar ese lujo, se pueden permitir expandir su negocio, tan grande como ellos quieran. Entonces, me parece a mí que los »Chapitos» es solamente el síntoma de un grupo que ha podido cooptar todos los niveles, tanto económico, político y social, y que se lo ha permitido el propio país. Se ha escrito mucho sobre jóvenes que crecen en territorios precisamente dominados por narcos y que las circunstancias los obligan a meterse en las organizaciones. En este caso, usted muestra a los »Chapitos» como personas que tuvieron la oportunidad de irse por otro camino y no quisieron. Como lo digo en el libro, la herencia es criminal. En algún momento, algunos de ellos sí quisieron emprender negocios lícitos, pero el origen del dinero que ellos tienen es ilícito. O sea, no tienen cuentas de banco que avalen que ellos tienen o tuvieron en algún momento trabajos legales o consolidados en una empresa pública o privada. En algún momento sí quisieron estar en el camino de la rectitud. El caso, por ejemplo, de Ovidio Guzmán López. Que en algún momento prefirió él emprender su vida siendo campesino, sembrando, teniendo cabezas de ganado, le gustaban los caballos, pero al final le ganó el negocio el padre. Es decir, no saben hacer otra cosa porque es como una empresa, es una empresa transnacional, es como un McDonald’s. Funciona como un McDonald’s. Tiene una central, una matriz que es Sinaloa y tiene diferentes franquicias alrededor de la República, inclusive en el mundo. Opera bajo el mismo esquema de una empresa tradicional. Es decir, la empresa criminal del Cártel de Sinaloa se las heredó el padre. Él les dijo cómo administrar el negocio, los contactos para tráfico de drogas, los contactos en el gobierno… Ellos saben que tenían que hacer la actividad que su padre les heredó, pues porque es lo que les dejaba también dinero inmediato. No sabían hacer otra cosa. Creo que tienen una cualidad en específico los »Chapitos», que es que sí son juniors del narco, son juniors de la mafia, porque solamente operaron un negocio que ya estaba consolidado. Ellos no tuvieron que pavimentar el camino. Su padre lo hizo, su padre los creó, su padre los impulsó. Su padre, al final, les dio el modus operandi y ellos lo están trabajando ahora con nueva tecnología, con nuevos contactos, con nuevas alianzas e inclusive con nuevas drogas, como lo es el fentanilo, una droga 50 veces más potente que la morfina y que causa al menos más de 100 mil muertes en Estados Unidos de manera anual. Ellos lo han podido hacer porque ya venía en la sangre, no pudieron dedicarse a otra actividad porque no les gustó o simplemente porque no quisieron, por el dinero, por la ambición, por el poder, por las mujeres. Por el dinero, insisto, por los animales, por los automóviles de lujo, por los viajes a Dubái, por las fiestas en Las Vegas, por asistir a una pelea de Saúl Canelo Álvarez en el MGM. Entonces, ese tipo de cosas son las que los llaman. No hay otra cosa, no podrían dedicarse a otra cosa porque el estilo de vida que ellos ya tienen es de una persona millonaria o multimillonaria o billonaria. Y a pesar de todas estas colusiones, ¿llegó el momento en el que con Ovidio se derramó el vaso? Hubo la presión de Estados Unidos, pero también porque es un personaje, como lo narro en el libro, que es muy descuidado y muy desconfiado. Un personaje que navegó con una bandera de intocable, teniendo el sello y la marca El Chapo en la frente e inclusive con sus células, ya independiente del grupo de sicarios conocido como Gente del Ratón. Ese personaje, Ovidio Guzmán López, quiso pasar desapercibido, inclusive en la sociedad mexicana, sobre todo en la capital del país, en la cual vivió meses después del primer Culiacanazo, vivió en la Ciudad de México y nadie le decía nada, asistía a fiestas en la Condesa, iba a Santa Fe a comprar ropa, se paseaba en el centro comercial de Parque Delta y comía en los restaurantes de ahí. Era un personaje que era muy descuidado en su seguridad, inclusive cuando lo detectaron grupos criminales en la capital, fue ahí cuando intervino la Secretaría de Seguridad Pública, porque estuvieron a punto de matarlo en diferentes ocasiones, pero contuvieron esos daños para no hacer una ola de violencia en el centro del país, el Centro Financiero de la República Mexicana. Entonces nos encontramos frente a un personaje que no supo mediar ni tampoco distinguir entre el poder que él tenía en el ámbito criminal, como el papel que él representa en la sociedad. Imagínate que se normalizara el hecho de que el propio capo tuviera ese reconocimiento o fuera lícito el que la figura del narcotraficante estuviera aceptada en el país. Tú te podrías acercar a Parque Delta, en un restaurante y decirle a Ovidio: ‘Oye, qué buena onda verte. Qué bueno que van bien las operaciones del Cártel de Sinaloa… ¿Me puedo tomar una foto contigo y me firmas este mi playera?’. Imagínate, o sea él queriendo hacerse pasar por un ciudadano común… cuando realmente era uno de los criminales más buscados en México y Estados Unidos. Yo creo que más bien es un personaje que no supo medir el alcance y el poder que tenía. Fue muy descuidado, fue inclusive muy vanidoso y muy egocéntrico al quererse parar en la capital y vivir durante mucho tiempo aquí sin que nadie le dijera nada. Y al final eso incomodó al gobierno de México, que se vio presionado por el gobierno de Estados Unidos al detectar que un capo en Sinaloa vivía como rey en la capital del país. Lo capturan, lo extraditan y queda la sensación de que el juicio contra los Guzmán Loera será infinito. Primero el padre, ahora Ovidio, después el que caíga. Eso sería lo ideal, que en algún momento se pudiera enjuiciar a Ovidio, pero yo tengo otra lectura: más bien creo que sería un plan estratégico de los Guzmán si lo saben manejar bien, yo me iría más por la versión de que Ovidio Guzmán se convierta en una especie de testigo protegido, como en su momento lo hizo Vicente Zambada, y ayude en juicios en momentos diferentes. Por ejemplo, se me viene a la mente el próximo, la próxima del deliberación que hagan en la Corte del distrito de este Nueva York con el caso de Genaro García Luna, probablemente Ovidio Guzmán podría ser una pieza clave para testificar en contra de él, porque él tuvo conocimiento de algunas operaciones que hizo el ex secretario de seguridad con su padre y con él mismo, con su organización, con los »Chapitos». Yo me iría más por esa tónica, que él se convierte en una pieza clave para futuros juicios y que con estas declaraciones no testifique en contra de sus hermanos, sino que más bien ponga a otras organizaciones rivales y tenga mayores beneficios legales, no el hecho de que pudiera llevarse quizás a su esposa a Estados Unidos o a sus hijas, iría más en una tónica de salvaguardar la integridad de su familia por ser un soplón más del Cártel de Sinaloa. Mencionas que cada presidente parece que tiene su capo. ¿Te refieres al capo favorito o al que crece en ese sexenio? Vamos a ponerlo un poco más claro. Durante el sexenio de Felipe Calderón y Vicente Fox, el capo favorito fue Joaquín El Chapo Guzmán. Lo mantuvieron a raya, no le hicieron absolutamente nada, nunca lo extraditaron o lo capturaron. Él siguió operando desde la cárcel. De alguna manera era uno de los consentidos. No había algún tipo de beneficio. En algún momento también se habló que Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, fue uno de los personajes a los que no se les tocó nada o que no lo perseguían de manera ferviente como si lo hacían al Cártel de Sinaloa. Si no hay combate, no hay decomisos, no hay capturas, el narco sigue imperando y controla gran parte de la actividad económica del Estado, sectores sociales que antes no estaban reguladas. Es decir, si saca provecho inclusive de las minas, del petróleo, de la gasolina, de rentas, por ejemplo, como lo menciona en el libro del Cártel de Sinaloa, que cobra rentas a las maquinitas tragamonedas, evidentemente hay un control de cada una de las actividades. No nos vamos desde lo más pequeño hasta lo más grande. Yo creo que ahí depende cuál es la operación que haga cada uno de los carteles para saber quién es el favorito, de qué ciudad, de cada estado, de cada país. En un país en el que periodistas se enfrentan a la violencia, tú escribes sobre temas delicados. ¿Qué significa scribir sobre ese tipo de temas en un país como este? En México, este oficio, esta profesión, es de alto riesgo; es más difícil ser periodista que en países como Irak, Afganistán, Pakistán. México está en conflicto armado constante, narcoterrorismo bélico, como le quieras llamar… todo el tiempo con las organizaciones criminales, con el Cártel Jalisco Nueva Generación, con los Zetas, con el Cártel del Golfo, con los Caballeros Templarios, la familia Michoacana, los Beltrán Leyva, los Guzmán, los Zambada. México está hundido en una debacle y va en una debacle de violencia. Y creo que los periodistas tenemos la obligación y el deber ciudadano de reportar esos temas. Evidentemente, en ese sexenio no ha habido condiciones para ejercer el ejercicio libre del periodismo sin que sea juzgado, sin que sea tildado de soplones, de chayoteros, de fifís, de personas vendidas. Es decir, no ha habido tampoco una garantía del derecho que está en la Constitución por parte de las autoridades. Entonces nos queda a nosotros anclarnos al periodismo, en mi caso el periodismo independiente, y hacer este tipo de investigaciones para desvelar y mostrarle a la ciudadanía que hoy más que nunca es importante hablar de cómo Los Chapitos, que se siguen empoderando a todas luces.
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