Malik Beasley, uno de los tiradores más efectivos de la NBA en las últimas dos temporadas, estuvo a punto de sellar el contrato más importante de su carrera: tres años y 42 millones de dólares con los Detroit Pistons. La negociación estaba lista para firmarse el 30 de junio de 2025, justo en la apertura de la agencia libre, pero todo se vino abajo en cuestión de horas.
La razón fue una investigación federal del Distrito Este de Nueva York sobre apuestas ilegales en partidos y prop bets de la NBA durante la temporada 2023-24.
El nombre de Beasley apareció en los reportes iniciales, suficiente para que Detroit congelara el acuerdo y que el resto de los equipos interesados —Chicago, Indiana, New Orleans, Sacramento, Washington y Brooklyn— se detuvieran en seco.
No hubo cargos. No hubo imputaciones. Solo sospechas. Y con eso bastó.
Hoy, sus abogados confirmaron que Beasley ya no es objetivo de la investigación. Pero el daño está hecho: el contrato millonario desapareció y lo máximo que puede aspirar a renovar con Detroit es 7.2 millones de dólares, debido a las limitaciones salariales del equipo tras fichar a Caris LeVert.
En la práctica, se trata de una pérdida de más de 30 millones de dólares en proyecciones de ingresos, además de la erosión de su reputación en un mercado que nunca perdona.
¿Dónde quedó la presunción de inocencia?
El principio básico del derecho penal —nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario— parece convertirse en letra muerta cuando se trata de atletas profesionales. Las franquicias, los patrocinadores y las ligas no esperan a que termine un proceso judicial; se protegen de inmediato.
En el caso de Beasley, un simple informe de prensa bastó para que se bloquearan todas las negociaciones. Y aunque hoy es oficialmente “no objetivo” de la investigación, la NBA no puede devolverle el contrato perdido ni reparar la duda sembrada entre fanáticos y directivos.
Su abogado lo dijo: “Una alegación sin cargos, sin acusación y sin condena jamás debería tener consecuencias tan catastróficas. Esto ha sido lo opuesto a la presunción de inocencia”.
Los números que quedaron en nada
La ironía es que Beasley llegaba a la agencia libre en su mejor momento. Fue segundo en la votación del Sexto Hombre del Año 2025, solo por detrás de Malik Monk. Promedió 16.3 puntos por partido en 82 juegos con Detroit. Estableció un récord de franquicia con 319 triples en una temporada, el segundo mejor registro de toda la liga detrás de Anthony Edwards. Registró la mayor cantidad de triples en catch-and-shoot en una temporada desde que se llevan datos de tracking en 2013.
Un perfil deportivo en alza, ahora manchado por un expediente judicial del que ya no forma parte, pero que lo dejó fuera del gran contrato de su vida.
Beasley no está solo:
En el deporte moderno, basta la sombra de una investigación para destruir carreras y contratos, aunque después quede claro que los implicados no eran culpables. Estos son algunos ejemplos:
1. Operación Puerto (ciclismo, 2006)
En 2006, el ciclismo mundial vivió una tormenta con el escándalo de dopaje conocido como Operación Puerto, en España. Más de 50 ciclistas fueron señalados en una investigación que implicaba a médicos y laboratorios clandestinos.
Aunque la justicia española nunca llegó a probar la culpabilidad de varios nombres, corredores como Jan Ullrich, Ivan Basso o Francisco Mancebo fueron suspendidos por equipos y se quedaron sin contratos.
Años después, muchos fueron exonerados por falta de pruebas, pero sus carreras ya habían quedado marcadas. Se les castigó por estar en la lista, no por haber sido condenados.
2. Jannik Sinner (tenis, 2024)
El italiano Jannik Sinner, actual número 1 del mundo en el ranking ATP, vivió en 2024 un episodio que ilustra la fragilidad de la reputación. Dio positivo en un control antidopaje por clostebol, una sustancia prohibida. Fue suspendido provisionalmente por la ITIA (International Tennis Integrity Agency), lo que generó dudas en patrocinadores y torneos.
Meses después, se demostró que el contacto fue accidental: una crema cicatrizante utilizada por su fisioterapeuta contenía el esteroide en trazas mínimas. La ITIA lo exoneró bajo el criterio de “no culpa o negligencia”.
Pero durante esos meses, el riesgo de perder contratos millonarios con Nike, Rolex o Lavazza estuvo sobre la mesa. No hubo condena, pero sí un daño temporal que amenazó con convertirse en permanente.
3. Caso Duke Lacrosse (Estados Unidos, 2006–2007)
En 2006, tres jugadores del equipo universitario de lacrosse de Duke fueron acusados de violación por una bailarina contratada para una fiesta. La cobertura mediática fue demoledora: titulares que daban por hecho su culpabilidad, suspensión inmediata del equipo y expulsión del torneo nacional.
Un año más tarde, la fiscalía retiró todos los cargos y los jóvenes fueron declarados “inocentes”. La fiscalía calificó el caso como “una trágica prisa por acusar”. Los jugadores demandaron a la universidad y llegaron a un acuerdo de 20 millones de dólares. Pero el daño en reputación, tiempo perdido y trauma personal fue incalculable.
El caso se convirtió en paradigma de cómo la presunción de inocencia puede ser arrasada por el peso de la opinión pública.
4. Shohei Ohtani (MLB, 2024)
El astro japonés de los Dodgers se vio envuelto en un escándalo cuando su intérprete personal fue acusado de robarle más de 16 millones de dólares para saldar deudas con casas de apuestas ilegales.
Aunque Ohtani nunca fue investigado formalmente ni tuvo vínculo alguno con las apuestas, su nombre apareció durante semanas en titulares que lo vinculaban con el caso.
La fiscalía lo libró de toda culpa, pero durante ese tiempo se especuló con sanciones de MLB y con la posibilidad de que su megacontrato de 700 millones de dólares pudiera quedar en entredicho. Al final salió indemne, pero el episodio mostró lo cerca que estuvo de sufrir un daño irreparable.
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