Lo que Sheinbaum debería reclamar a López Obrador (pero calla por cálculo político)

A un año de gobierno, Claudia Sheinbaum enfrenta la factura de un modelo de seguridad que fracasó en casi todos sus frentes. Andrés Manuel López Obrador heredó un país con territorios capturados por el crimen organizado y, lejos de revertirlo, su estrategia de “abrazos, no balazos” consolidó un statu quo funcional al poder criminal. Se priorizó el mensaje político sobre los resultados operativos, la lealtad sobre la técnica y la narrativa sobre la inteligencia.

La contradicción entre el discurso de continuidad y la realidad del Estado capturado El discurso político como trampa y cómo romperlo con soluciones reales La tensión que persiste y la oportunidad de romper el ciclo

Sheinbaum debería reclamarle a López Obrador haber debilitado a las instituciones civiles —la Policía Federal, el CISEN, la FGR— y haber apostado por una militarización que hoy la deja sin instrumentos civiles efectivos para planear, investigar y ejecutar políticas de seguridad pública. El huachicol sigue siendo una economía paralela, el control territorial de los cárteles se amplió, la extorsión se volvió cotidiana y los delitos de alto impacto permanecen con cifras inaceptables. Sin embargo, Sheinbaum calla. No por falta de diagnóstico, sino por cálculo político. Criticar abiertamente la herencia lopezobradorista sería reconocer la obsolescencia de la “Cuarta Transformación” como paradigma de seguridad. Esa omisión es costosa: sin una revisión crítica del pasado inmediato, cualquier estrategia futura nacerá sobre los mismos errores estructurales. Lo que hoy requiere México no es lealtad política, sino responsabilidad histórica. Sheinbaum insiste en que su política de seguridad será una continuación del proyecto anterior, pero la realidad la contradice. El país vive bajo un sistema de gobernanza criminal donde los cárteles no solo trafican drogas, sino que administran justicia, cobran impuestos, controlan la migración y sustituyen al Estado en amplias zonas rurales y urbanas. No hay continuidad posible con una política que normalizó esta ocupación silenciosa. El discurso de continuidad pretende dar estabilidad, pero se vuelve disonante frente a un Estado fracturado. Mientras se habla de “pacificación”, los indicadores de violencia estructural —desapariciones, desplazamientos, homicidios— siguen en ascenso. La Guardia Nacional opera como un brazo operativo de las Fuerzas Armadas, sin transparencia ni coordinación interinstitucional, mientras los ministerios públicos carecen de recursos para investigar. La contradicción se vuelve insostenible: Sheinbaum promete eficacia sin ruptura, resultados sin reforma, control sin confrontación. Pero no hay solución técnica posible sin una decisión política de fondo. Continuar el modelo anterior equivale a administrar el fracaso. Para recuperar la autoridad del Estado, la presidenta necesita cambiar la lógica: sustituir la narrativa de “abrazos” por una de reconstrucción institucional y control territorial. El mayor obstáculo de Sheinbaum no es la violencia, sino la retórica. El discurso de la 4T ha convertido a la crítica en traición y a la autocrítica en debilidad. Esa rigidez ideológica impide reformar lo que no funciona. Mientras se mantenga el dogma de continuidad, la presidenta gobernará con un margen de acción limitado y con instrumentos heredados del fracaso. Romper esa trampa requiere valentía política y decisiones técnicas precisas. Algunas rutas posibles son: a) Recuperar el mando civil de la seguridad pública mediante la creación de una Secretaría de Seguridad verdaderamente autónoma, con controles democráticos y mando profesional. b) Reactivar la inteligencia civil bajo estándares de legalidad, capaz de analizar flujos financieros, movimientos logísticos y redes criminales sin depender del Ejército. c) Reconstruir el sistema de procuración de justicia, fortaleciendo fiscalías locales y federales con incentivos de resultados y auditorías ciudadanas. d) Atacar las economías criminales —huachicol, extorsión, minería ilegal— con operaciones conjuntas de inteligencia financiera y control territorial, no solo presencia militar. e) Coordinar la política migratoria con seguridad interior, evitando que las rutas migratorias se conviertan en corredores del crimen transnacional. El verdadero cambio no será discursivo, sino estructural. Y comienza con reconocer que el Ejército no puede ser la columna vertebral permanente de la seguridad nacional. La militarización no sustituye la gobernanza: la posterga. Sheinbaum gobierna entre dos fuegos: la lealtad al movimiento que la llevó al poder y la urgencia de construir un modelo de seguridad propio. Si opta por la continuidad, su gobierno quedará atrapado en la inercia del sexenio anterior, repitiendo sus fracasos con otro rostro. Si asume la ruptura, enfrentará resistencia interna, pero podría iniciar una reconstrucción institucional de largo aliento. Esa tensión persiste porque el sistema político mexicano sigue priorizando la unidad partidista sobre la efectividad del Estado. El discurso de transformación se ha vuelto un fin en sí mismo, no un medio para mejorar la seguridad. Mientras la política dicte la estrategia, el crimen organizado seguirá dictando la realidad.

El momento de decidir entre herencia o historia

México no necesita un gobierno que administre la crisis, sino uno que la desmonte. Sheinbaum tiene la formación técnica y la autoridad moral para iniciar esa ruptura, pero debe asumir el costo político de hacerlo. La seguridad pública no puede seguir subordinada a la retórica de un movimiento; debe responder a la exigencia de un país que vive bajo la sombra del miedo. La verdadera continuidad no está en repetir el discurso de López Obrador, sino en corregir sus errores. El futuro político de Sheinbaum dependerá de su capacidad para transformar el legado en aprendizaje, y el aprendizaje en acción. Si continúa mirando hacia atrás, será rehén del pasado. Si se atreve a mirar de frente, podría ser la primera presidenta que inicie la reconstrucción del Estado mexicano desde la verdad incómoda: la paz no se promete, se construye. _____ Nota del editor: Alberto Guerrero Baena es consultor especializado en Política de Seguridad, Policía y Movimientos Sociales, además de titular de la Escuela de Seguridad Pública y Política Criminal del Instituto Latinoamericano de Estudios Estratégicos, así como exfuncionario de Seguridad Municipal y Estatal. Escríbele a albertobaenamx@gmail.com Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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