La seguridad en México dejó de ser un asunto técnico hace mucho tiempo y hoy es una batalla emocional, política y simbólica que define la manera en que entendemos al país. Cada vez que se abre la conversación sobre la Guardia Nacional, pareciera que todo se reduce a una pregunta de primaria: si debe mantenerse bajo mando militar o regresar a un modelo civil. Como si el futuro de una nación con heridas abiertas pudiera decidirse con esa simpleza. Pero México nunca ha sido un lugar de respuestas fáciles y la verdad es que detrás de ese falso dilema hay una realidad más cruda que casi nadie quiere enfrentar.
¿Poder exagerado?
Cuando nació la Guardia Nacional en 2019, las autoridades aseguraban que sería una institución híbrida, con disciplina militar pero conducción civil, un cuerpo capaz de enfrentar un país que ardía desde hacía años. Sin embargo, la realidad se impuso: más del ochenta por ciento de sus integrantes provienen de la Sedena, su capacitación es militar, su logística es militar y sus mandos también. La Suprema Corte ya declaró inconstitucional la transferencia operativa a las Fuerzas Armadas, pero en la práctica la Guardia Nacional funciona como un brazo del Ejército. Tenemos militares patrullando las calles bajo una figura que no termina de encajar en la Constitución y ese choque jurídico tiene a México caminando sobre una línea muy delgada. La pregunta que todos evitan es si la militarización ha dado resultados y los datos son devastadores. Más de 30,000 homicidios dolosos cada año, estados con presencia militar permanente liderando cifras de violencia, una percepción de inseguridad que rebasa el 60% y apenas uno de cada 10 delitos investigado formalmente. La militarización no ha resuelto la violencia estructural: la ha administrado. El país está atrapado entre dos modelos incompletos, uno militar que no investiga delitos y uno civil debilitado, infiltrado y sin recursos. Y el problema se vuelve aún más complejo cuando preguntamos quién debe controlar el poder armado. Unos quieren mantener la Guardia Nacional bajo Sedena, argumentando disciplina y eficiencia, otros piden regresarla a un mando civil, lo cual es constitucionalmente atractivo pero operativamente inviable, y otros apuestan por un modelo mixto con supervisión ciudadana, quizá la salida menos traumática, pero también la que requiere mayor madurez política. En medio de este debate solemos olvidar una verdad todavía más incómoda: muchos municipios están derrumbados. Más de 650 ni siquiera tienen policía operando y en decenas más los agentes ganan menos de 6,000 pesos al mes. Siete de cada 10 policías municipales no cumplen los estándares mínimos de confianza. Esa es la raíz del problema. México no recurre a los militares por gusto sino por ausencia. No porque sea lo ideal, sino porque las instituciones civiles están devastadas. Y así, mientras discutimos quién debe mandar en la Guardia Nacional, ignoramos el hecho de que sin policías locales fuertes cualquier estrategia nacional es solo una narrativa bonita. El poder militar ha crecido a un ritmo que debería preocuparnos más de lo que admitimos. Sedena administra aeropuertos, puertos, aduanas, obras estratégicas, el Tren Maya, la distribución de medicinas y ahora la seguridad pública. Su presupuesto se expande mientras su transparencia se contrae. No se trata de satanizar al Ejército, sino de entender que en cualquier democracia moderna, cuando una institución armada acumula tanto poder en tan poco tiempo, el equilibrio se vuelve precario. México no está en crisis institucional, pero sí está en una ruta que, si no corregimos, podría llevarnos a un escenario difícil de revertir. Con el debate de la reforma, los próximos meses presenciaremos un choque inevitable entre quienes defienden la presencia militar, quienes exigen un retorno al modelo civil, quienes piden una alternativa intermedia y quienes simplemente buscan resultados. Gobernadores que necesitan refuerzos, ciudadanos que viven entre el miedo y la resignación, organismos internacionales que observan con atención y una Corte que insiste en la importancia de la Constitución conforman un escenario tenso pero necesario. El reto no está en gritar más fuerte, sino en escuchar la complejidad del país. La solución no va a surgir de una fórmula mágica ni de encontrar a un solo responsable. México necesita un pacto de Estado que entienda que la seguridad no depende únicamente de soldados o policías, sino de instituciones sólidas, comunidades fuertes y ciudadanos acompañados. Las policías locales requieren reconstrucción, los ministerios públicos necesitan profesionalización real y la Guardia Nacional debe operar con reglas claras, supervisión confiable y una ruta estable que combine eficacia con respeto democrático. No se trata de cambiar de mando, sino de cambiar de visión.
El verdadero debate no gira alrededor de quién sostiene un arma, sino de quién sostiene el tejido social. Porque en las colonias donde el narco recluta adolescentes, en los municipios donde la ley se volvió un recuerdo y en las familias que viven entre el miedo y la rutina, la discusión constitucional se vuelve algo muy lejano. Lo urgente es recomponer lo que se ha ido rompiendo durante décadas. México está en un punto en el que no basta con pensar en modelos, sino en personas: en los niños que deben volver a ver en el Estado una autoridad confiable, en los jóvenes que necesitan proyectos de vida más fuertes que las falsas promesas del crimen, en las comunidades que requieren presencia institucional, oportunidades y certeza. Por eso, tal vez la pregunta no es quién debe mandar en la Guardia Nacional, sino quién debe acompañar a México en este proceso de reconstrucción. La seguridad es un esfuerzo compartido, un reto generacional y una responsabilidad que no cabe en una sola institución ni en un solo nivel de gobierno. Y al final, lo que está en juego no es el futuro de un cuerpo de seguridad, sino la posibilidad de construir un país donde la confianza vuelva a ser más fuerte que el miedo, donde la ley sea más sólida que la violencia y donde la esperanza no tenga que blindarse. Ese México todavía es posible, pero solo si lo construimos entre todos los que vamos más allá del encono y la hastiada polarización. _____ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.
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